Baloncesto y Cine
Los blancos no la saben meter (1992)
Àlex Aguilera  | 21.04.2019 - 18:05h.
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Àlex Aguilera  | 21.04.2019 - 18:05h.

6) LOS BLANCOS NO LA SABEN METER (1992, Ron Shelton). T.O.: White Men Can’t Jump.

Guionistas: Don Miller y David Lester; Música: Bennie Wallace; Fotografía: Russell Boyd; Montaje: Paul Seydor. Con Wesley Snipes, Woody Harrelson y Rosie Pérez. DVD. 110’. C.

Los años noventa vivieron dos de las mejores Olimpiadas que se recuerdan (1992 y 1996). Si bien la primera de ellas, celebrada en la Ciudad Condal y su área metropolitana, fue de infausto recuerdo para nuestra selección de Baloncesto –cayó ante la insignificante Angola-, en la segunda, con sede en Atlanta, se superó el listón aunque no se alcanzaron tampoco las tan ansiadas medallas que sí conquistamos en Los Angeles 1984. En esta misma ciudad tuvo lugar el rodaje en 1992 de White Men Can’t Jump, una de las películas que mejor han representado el StreetBasket, el baloncesto ‘callejero’; aquel aparentemente deporte ‘amateur’ que se jugaba en las canchas de diferentes ubicaciones de la ciudad que baña la costa este de los Estados Unidos. Concretamente, el barrio de Venice, uno de los menos desfavorecidos de la ciudad angelina, concentraba las miradas de muchos curiosos cuando en aquel caluroso verano rodeado del glamour propio del lugar las cámaras estaban pendientes de las evoluciones de dos actores reconvertidos en ‘magos’ del balón. Ellos eran Wesley Snipes y Woody Harrelson.

Dos intérpretes en sus primeros pasos en el mundo de Hollywood que se abrían camino tanto por sus dotes artísticas como por su versatilidad (baile, música, humor, escritura y el socorrido deporte). Billy Hoyle (Harrelson) representaba el ‘sueño americano’ (gráfico es el plano en el que apoya su cabeza en un balón de cuero, soñando acto seguido con una canasta), aquel que un joven blanco, aunque devoto de Jimmy Hendrix, de escasa condición social anhela conquistar a base de esfuerzo, tesón y … suerte. En el lado opuesto, Sidney Deane (Snipes) es un showman urbano de color negro, fan de Los Lakers, que malgasta su tiempo en promocionarse y en infundir respeto a sus adversarios en una cancha de baloncesto con escasas prestaciones.

Los blancos no la saben meter –en el original debería traducirse por el menos comercial título Los blancos no saben saltar- viaja a su submundo de las pistas reducidas de basketball –con canastas con redes de hierro- donde reina el poder del más fuerte, que no el mejor. Terreno abonado para aquellos que se instalan per se en un lugar seguro, cómodo y que controlan a su antojo. Una fase previa a lo que más tarde se denominaría 3 x 3, en lugar del entonces habitual dos contra dos. Germen de grandes baloncestistas, esas canchas sirvieron también para hacer pequeños negocios pecuniarios entre los participantes y sus ‘representantes’ oficiosos.

En este sentido, los allí presentes eran prolíficos en insultar y derramar palabras malsonantes a diestro y siniestro. Todo ello en un slang de difícil comprensión para oídos no norteamericanos. Un estilo de vida basado en la subsistencia donde los bajos fondos eran substituidos por simples zonas recreativas, eso sí, copadas por adultos, incluso con cargas familiares.

Aderezada con la música de los Venice Beach Boys y otros grupos (riff de la canción que da título a la película; también temas funkies de Mood Indigo, James Brown y los hermanos Taylor, por ejemplo), el director Ron Shelton (autor de otra historia deportiva, Los búfalos de Durham, a mayor gloria del béisbol y de Kevin Kostner) supo infundir esa carga de adrenalina y cambios rápidos de plano que configuraban un espectáculo de nivel para el aficionado.

Sorprende la pericia y habilidad tanto de Snipes como de Harrelson en su manejo del balón y de la más que correcta técnica de lanzamiento a canasta de este último. Excepto en tomas traseras –dobles de los actores-, la evolución del juego de ambos es ciertamente meritorio –ninguno de ellos se dedicó nunca a este deporte- y por momentos divertida, recordando por momentos a los Harlem Globertrotters en su conjunto. Además, los malabarismos no estaban reñidos con la riña y disputas por alcanzar los mejores guarismos. Las reglas eran lo de menos y muchos casos se llegaba incluso a las manos. Sin embargo, el aspecto dominante del filme eran las apuestas clandestinas y las consecuencias de una mala decisión.

Rosie Pérez, actriz de origen latino, tuvo el contrapunto de madurez y persistencia en el estudio –para poder concursar en el programa Jeopardy-, desmarcándose del escaso compromiso de su novio Billy. Por su parte, Sidney con su gorra de Conlago –marca ciclista de referencia- intentaba seducir a su nuevo amigo por el mundo de los negocios de poca monta.

En definitiva, un filme notable en su faceta de divertir al personal y conocer los entresijos de una vida en las calles con el baloncesto en primer plano.

 



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Artículo publicado por Àlex Aguilera

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