Historias de Kantauri
LE SCARPETTE ROSSE (II)
Kantauri  | 26.05.2009 - 00:00h.
Imprimir esta noticia |  0 comentarios |  [ Comentar ]
Kantauri  | 26.05.2009 - 00:00h.


La primera complicación llegó cuando Tino Rodi explicó que no iban a poder contar con Bradley a tiempo completo, no como extranjero para la liga, el chico iba a residir en Oxford para dedicarse a sus estudios. Bogoncelli aceptó la condición y sorprendiendo a los presentes cambió el término, Bradley sería el americano para la Copa de Europa, el hombre que ayudase a dar el salto definitivo. Rodi y Rubini comenzaron las negociaciones con el astro de Missouri. Una tercera pieza iba a tornarse clave, otro hombre con sello Olimpia iba a ser necesario para establecer contacto con el entorno de Bradley. La figura de Ricky Pagani corresponde a la de uno de tantos héroes sordos que el peso de los títulos, los grandes nombres y la historia fueron silenciando en sus páginas. Pagani se había retirado en 1961 tras 12 temporadas como jugador de la Olimpia. Seguía ligado al club pero, sobre todo, a Adolfo Bogoncelli, para quien trabajaba, ahora, en su industria. Los orígenes de este trotamundos le habían propiciado un amplio conocimiento de diferentes lenguas (hablaba 12) y era de suma utilidad para buscar en cualquier rincón del mundo innovaciones y nuevos materiales que propiciasen una mejora sustancial en la producción de la industria de Adolfo. También durante los años 60 colaboró estrechamente con la Olimpia Milano en la búsqueda y contacto de jugadores norteamericanos. El cielo se abrió en Lombardia. Hijo de un capitán de Marina y una rusa, Pagani había nacido en Shangai. Allí aprendió a jugar a baloncesto en una escuela americana desde donde tuvo que huir después de la invasión comunista.


Destino Italia, un campo para refugiados como hogar junto a su abuelo. Nunca llegó primero a ningún reparto, nunca fue fácil. Condenado a pagar la deuda sustraída con los Dioses al haberle éstos bautizado con el don para las lenguas. Al baloncesto llegó también de casualidad tras descubrirle el seleccionador nacional Van Zandt en un tranvía de la capital lombarda. Entró en el mundo del baloncesto y conoció a su familia, la Olimpia de Bogoncelli. También en un segundo plano, eclipsado en el momento de su fichaje por la gran estrella Sergio Stefanini. Crónica de su vida, por la puerta de atrás hasta hacerse indispensable. Oscurecido por la Historia y su nómada trayectoria. Solo fue protagonista cuando mediante un anuncio en el “Corriere lombardo” se dio cuenta que cumplía con las características que el director Castellani buscaba para el joven que acompañase a Lea Massari en la película “I sogni nel cassetto”. También fue el mejor aliado y la llave negociadora de la Olimpia con Bradley. El jugador se encontraba en Budapest disputando la Universiada. La Olimpia había conversado vía telefónica con su padre en St. Louis quien les había remitido a que hablasen con su hijo.


En Budapest, al otro lado del telón de acero, la centralita del hotel no pasaba las llamadas. Misión imposible. Hasta la aparición de un golpe de ingenio de Pagani. El “chino”, como se conocía a Ricky, había aparentado ser un dirigente americano y logrado contactar con Bill, exponiéndole las intenciones de la entidad lombarda y despidiéndose con la firme promesa de seguirle donde hiciera falta para lograr su fichaje. Y se encaminaron en el FIAT de Tino Rodi rumbo Budapest, con una promesa y la esperanza como único equipaje. La dificultad de la contratación iba en consonancia con el talento del jugador. Cualquier esfuerzo iba a merecer la pena. Bradley, entre la sorpresa y el respeto al ver el viaje realizado por el trío de embajadores de la ilusión, recibió con entusiasmo la propuesta milanesa. El jugador de Missouri quería la oportunidad de continuar con normalidad sus estudios y un reembolso por los gastos que causaría el viaje Londres-Milán. El acuerdo quedó apuntalado, rubricado en un vuelo a Milán por parte de Bill para conocer su destino. La cuantía final supuso una locura para la época. Acuerdo entorno a los mil dólares por partido más el viaje aéreo y poder incorporarse con tan solo un día de antelación a los partidos. Era el precio de una Copa de Europa. Pagani, Rodi y Rubini habían sellado con éxito su odisea. La primera gran contratación transoceánica de marca lombarda.



Bill Bradley con la magia Simmenthal



Olimpia Milano supo sufrir y aguardó su momento. El Real era un equipo poderoso y un rival contra el que palpitaban antiguas rencillas. En Madrid habían ganado por 5 puntos de diferencia y al finalizar la primera parte el partido les favorecía. Tras la reanudación llegó el momento de los italianos, apoyados en Vianello y Bradley. El conjunto milanés se desató en su ofensiva y concluyó el partido con una ventaja de 17 puntos, 93-76. El alero de Missouri había anotado 27 puntos mientras que el gran protagonista fue el jugador que llegó procedente de Varese. Gabriele Vianello anotó 40 puntos en la primera de las tardes mágicas de aquel año 1966. La Olimpia accedía a una fase final que iba a jugarse en Italia, entre Milán y Bologna. Los 4 equipos clasificados eran dos representantes del Este, Slavia Praga y CSKA Moscú, junto al equipo griego de AEK Atenas y la propia Olimpia Milano. En Milán, el equipo checo del inabordable Jiri Zidek se deshizo de la resistencia helena con facilidad por 103-73, mostrando sus credenciales para proclamarse campeón de Europa. Hasta Bologna tuvo que desplazarse el conjunto milanés y su horda de seguidores. Ocho mil almas que abarrotaron el pabellón virtusino. Tras derrotar al Real Madrid el camino hacía la eternidad pasaba por el Este. El día anterior el Slavia había logado su pase, y en la semifinal el conjunto lombardo debía enfrentarse al CSKA. Los temibles enemigos orientales se interponían en el camino. La semifinal fue dura, menos espectacular que la exhibición dada por el Slavia de Zidek, y se decidió a favor de los milaneses por un ajustado 68-57. La capacidad física de Bradley, la potencia económica del gigante italiano, habían terminado con la resistencia del profesionalismo moscovita.


Solo quedaba un paso. No muy lejos de Milán, Adolfo Bogoncelli se encontraba de frente con su sueño. Aquella noche e convirtió en la mas bella tortura. El momento había llegado. Bradley, que acostumbraba a llegar el día previo a los partidos, llevaba toda la semana con el equipo preparando esta fase final. El otro norteamericano, Skip Thoren, había prometido imponerse a Jiri Zidek, la verdadera obsesión y quebradero de cabeza en el seno milanés. Un pívot dominante en aquella Europa. Todos eran buenos pretextos y recuerdos en forma de fotografías pasaban por la cabeza de Adolfo. Treinta años encerrados en una sola noche, previa al instante que debía concederle la gloria. Devastador para cualquier sistema nervioso. Recuerdos de la vieja triestina, del camino compartido junto a Cesare, de su primer gran fichaje en la figura de Stefanini, ayudar a recomponer las zonas maltrechas del antiguo pabellón, el camino recorrido entre Borletti y Simmenthal. Italia asistía al dominio milanés pero sin el trofeo europeo Bogoncelli creía que no había nada. La espera mereció la pena. La Olimpia Milano, ya legendaria Scarpette rosse, se proclamó campeona de Europa el 1 de Abril de 1966, ante ocho mil espectadores que abarrotaban el Palasport de Bologna. En un ajustado 77-72 ante la gran Slavia de Zidek, Ammer y Zednicek, entrenada por Jaroslav Sip, la eternidad acogió en su seno al club biancorosso. Adoptó como hijo pródigo a Adolfo Bogoncelli.


Gabriele Tacchini lo recordaba así en el libro “50 años de Olimpia Milano”: “Los milaneses iban llenos de confianza a la final tras batir a los soldados rusos del CSKA Moscú por 68-57. La tarde del 1 de Abril, el público de Bologna era totalmente favorable al Simmenthal. Skip Thoren en su último partido en Italia quería dejar un recuerdo inolvidable. Mantiene su promesa, juega un encuentro perfecto, obtiene el premio al mejor jugador y la red de la canasta, que corta como corresponde a los campeones para llevársela a América. Una victoria que el sufrimiento hace aun más bella, con la igualdad como máximo exponente hasta el minuto 15 de la segunda parte (65-64): los minutos finales son completamente de la scarpette rosse, con Vianello y Thoren propiciando el último y decisivo arranque, para rematar lo que Bradley había construido en defensa. El técnico Sip reconoce que la victoria milanesa es justa


La Gazzeta dello Sport del día siguiente titula en primera página “Honor al basket italiano. Simmenthal es Campeón de Europa” y en la crónica se escribe “Es el día mas grande de Adolfo Bogoncelli. Sus ojos brillan, murmura dando las gracias a todos, a sus chicos, a la gente, a los trabajadores del pabellón. Rubini tampoco se libra de los ataques de euforia.”



Pieri y Riminucci levantan al fin la Coppa.



La Olimpia ya era campeona de Europa, atalaya desde donde contemplar de forma inmejorable las tres décadas de existencia, el largo trayecto hasta la tierra prometida. Una temporada extraordinaria consumada con el título europeo y el polémico título nacional en el desempate con Varese. Llevada a cabo por hombres extraordinarios. Rubini guiaba el mando de la nave milanesa, Riminucci aportaba su veteranía y talento comenzando parte de los partidos desde el banquillo para observar, comprender el juego, Vianello era el estilete de toda ofensiva que imaginaba la cabeza de Pieri, y por dentro dos pívots como Masini y Thoren. A los que se unió la capacidad de aquel que llamaban “Dollar” Bill dada su acaudalada procedencia. También apodado “Fogna” (cloaca) por sus extraños hábitos alimenticios, herejía en el Bel Paese. Bradley dejó una marca imborrable en su discontinuo paso por Milán. No ya solo por la consecución de la ansiada Copa sino porque, como indica el maestro Sandro Gamba, Bill enseñó ejercicios individualizados de entrenamiento poco frecuentes para la época, aprendidos de Butch Van Breda Kolff (extraña unión al pallacanestro ya que su hijo Jan logró un scudetto en Virtus Bologna tiempo después) en su periplo de Princeton. Estiramientos, práctica del tiro en suspensión o entrenamiento individual de tiro. Además el “senador” acogió en su regazo a un joven y talentoso Giulio Iellini, que intentaba abrirse paso en la Olimpia de la que luego sería pieza importante. Junto a ello parecía haberse derrumbado el maleficio con la copa de Europa.


En la edición siguiente Simmenthal y Real Madrid volvían a encontrarse, esta vez en el partido por el campeonato. La fase final se disputaba en Madrid y a ella habían llegado Slavia Praga, Olimpija, Simmenthal y el Real. El conjunto español se deshacía en un ajustado partido de los eslovenos comandados por Daneu. La Olimpia volvía a derrotar al conjunto checoeslovaco del Slavia. Esta vez no iba a haber final feliz. La entidad lombarda presentaba una pareja americana de menor entidad que la temporada anterior a causa de uno de sus individuos, el pívot Red Robbins. El otro era un gran jugador. La leyenda judía Steve Chubin. Portentosa su actuación individual en aquella final con 34 puntos. Pero el Real Madrid logró imponerse por 91-83 gracias a los 29 puntos de Emiliano y los 23 de Miles Aiken. Fue la última gran temporada de la Olimpia de Adolfo Bogoncelli, en la cumbre del baloncesto europeo. Revalidaron el scudetto gracias a magníficas actuaciones de Chubin, de nuevo ante un Varese que empezaba bajo dominio IGNIS a atentar seriamente contra la supremacía de la Olimpia. Los años finales de la década de los ’60 e inicio de los ’70 vienen marcados por el feroz duelo meneghino personalizado en la batalla entre Rubini y Aza Nikolic. Tras la consecución de la copa de Europa de 1966 y en los últimos años bajo patrocinio Simmenthal, entre 1968 y 1973, Olimpia Milano iba a comenzar su descenso procedentes del altar del baloncesto italiano que ocupaba desde hace 3 décadas.


Varese y Olimpia disputaron 5 finales consecutivas que se saldaron con tan solo un título para la entidad milanesa, superada por un proyecto al alza, pleno de fuerza. Olimpia gana el scudetto de 1972 con un equipo donde comenzaban a aparecer Bariviera, Brumatti, Giomo o Bianchi, y con el granítico Art Kenney como americano, inflamando la rivalidad con Varese mediante sus duelos en la pintura con Meneghin. Esta caída a un lugar secundario permite conquistar al equipo milanés 2 Recopas. En 1971 la ganan ante el Spartak Leningrado de Alexander Belov y en 1972 frente a la Estrella Roja de Slavnic y Kapicic. Aparece también con fuerza una tercera ofensiva desde la propia Lombardia, Pallacanestro Cantú. En 1968 ganan su primer scudetto entrenados por Borislav Stankovic y de la mano de una gran generación de jugadores encabezada por Pierluigi Marzorati iban a formar un triángulo de equipos poderosos situados en un radio inferior a los 30 kilómetros, el denominado como “il Triangolo d’Oro”. En las décadas de los ’60, ’70 y ’80 estos tres equipos sumarían 10 copas de Europa, 9 Recopas, 4 Korac y 23 scudettos. Por medio cantidad de innumerables batallas fraticidas que se cuentan a cada esquina, bajo cada adoquín de cualquiera de las tres ciudades. Solo Virtus Bologna osaría interrumpir el poder lombardo.


En 1973 una época iba a cerrarse para siempre. Simmenthal abandonaba como sponsor coincidiendo también con el inicio (se iba a demorar un año más en una convulsa última temporada) de la retirada definitiva de Cesare Rubini, tras 26 temporadas siendo el guardián de los sueños de Bogoncelli. La aparición de Simmenthal como patrocinador supuso el abandono definitivo de Rubini al parquet para dedicarse en exclusiva a entrenar. Y tal como llegaron se fueron juntos, cerrando la época milanesa del Príncipe convertida ya en leyenda. Bajo el nombre de Simmenthal, la Olimpia logró entre 1956 y 1973 diez scudettos, 322 victorias por 28 derrotas, así como 2 Recopas y la tantas veces soñada Copa de Europa. La sociedad iba a verse sumida en el caos. Dos de las tres partes que sustentaban la entidad desaparecían al unísono. Ya solo quedaba Adolfo Bogoncelli, como cada temporada desde hacía 40 años. La labor era harto complicada. La organización, pionera, daba síntomas de agotamiento, los recursos no eran los mismos y, sobre todo, la competencia era atroz. Partir desde una posición secundaria no era costumbre en casa Olimpia y Bogoncelli caminaba desorientado, huérfano de la presencia del cavalier Sada y de Cesare Rubini. Tocaba reinventarse y Adolfo traicionó alguno de sus principios básicos, amedrentado por unos temores que por primera vez en cuatro décadas cobraban vida. Adolfo se volvió desconfiado, le faltaban Rubini y su alter ego económico Sada. Llegó Innocenti como patrocinador y con la marca mecánica milanesa el cambio en los colores del club, pasando el equipaje a ser azul. Otra decisión comprometida fue la elección del sustituto de Rubini. Todo apuntaba a que su ayudante y principal motor de la labor técnica en la última época de Cesare en el cargo, Sandro Gamba, sería nombrado como técnico de forma inmediata. Un entrenador que había dejado sus dos rodillas en el parquet defendiendo la camiseta de la Olimpia, formado en el club y tutelado también su aprendizaje técnico. El hombre encargado de dar continuidad al trabajo de Rubini. Un hombre que sabía lo que significaba el Mito en toda su expresión. Hubo un momento de duda, era una época confusa y difícil para Bogoncelli.


El dirigente se equivocó. Sandro Gamba ponía rumbo a Varese donde continuar con la senda victoriosa iniciada por Aza Nikolic. La tarea de dirigir al club milanés recaía en Filippo Faina. Cuatro temporadas, 1 con Innocenti y 3 con el patrocinio de Cinzano, donde la Olimpia conoció el infierno. Desbancado no ya de su posición dominante sino incluso de la primera división del baloncesto italiano con su paso por la A2. Solo el triunfo en la Recopa de 1976 frente al ASPO Tours supuso una gota de agua en el desierto por donde vagaba la entidad. Además Bogoncelli, fiel a su política de renovaciones, se había ido deshaciendo de jugadores importantes como Cerioni, Giomo, Brumatti, Masini, Bariviera, Iellini o Vecchiato. Pero ya no era tan sencillo fichar a causa del crecimiento que había experimentado el baloncesto en todo el país, ni sacar jugadores de la cantera o encontrar hombres dispuestos a sacrificarse por una leyenda que ya les sonaba lejana, que mostraba su cara decadente. Época de americanos como Brosterhous, Kim Hughes, Red Robbins en su segunda etapa o Lars Hansen. La etapa de Faina se cerraba con 92 victorias y 81 derrotas, y la Olimpia se veía abocada a la resurrección. Bogoncelli debía aceptar el brusco cambio que la realidad le había mostrado. Apurar su último aliento al frente de la dirigencia del glorioso club lombardo para caminar hacía una nueva época. No iba a ser tarea sencilla para el triestino cambiar tras 40 años y aceptar las nuevas condiciones de juego. Ahora el juego societario que Bogoncelli había inventado repartía cartas a una ingente cantidad de clubes que crecían auspiciados por el boom económico y mediático que se estaba produciendo. Otros peces, tan vigorosos y llenos de ilusión como aquel que dio el salto desde el Adriático hasta Milán mucho tiempo atrás, intentaban cazar en la pecera del gran tiburón.



El logo que dio vida al Mito



No iba a ser grato archivar la labor de toda una vida e intentar pasar página. Renovarse o morir. Casi Bogoncelli mostraba mayor predisposición a lo segundo, a sabiendas que toda su labor era ya eterna e inmortal, que la leyenda de las zapatillas rojas seguiría pisando fuerte en la memoria de aquellos que la vieron jugar, tomando aliento de cada palabra, escrita o hablada, sobre ella. Aquel mito que llevó todo un país a caer rendido ante la locura del pallacanestro. El dirigente triestino en mas de 40 años de gestión deportiva había tenido que edificar sobre un terreno yermo el sueño que no le dejaba dormir, inventar el esqueleto que sustentase el desarrollo de un deporte no muy popular, que propiciase su explosión, la aparición de otros clubes, otros mitos, construidos a imagen y semejanza de lo que Bogoncelli ideó. Incluso narra la propia leyenda como el propio Adolfo estuvo involucrado en la creación de otro club en la ciudad, el pallacanestro Milano, de nombres como Percudani-Sales-Guerrieri-Ossola-Zanatta-Isaac-Jura, con el interés de promover una rivalidad ciudadana similar a la de los dos clubes de fútbol que llevase al baloncesto a la primera plana ciudadana. Fue el primero en atraer un patrocinador, Borletti por 4 millones de liras, y crear un logo gracias al equipaje y las zapatillas, todos los jugadores uniformados de igual modo. El primero en crear una organización societaria que funcionase como un reloj, donde todas las piezas conociesen su labor. El primer equipo en traer jugadores de diferentes ciudades, camino hacía el profesionalismo, y también formarlos en el club creando equipos de base. Una gestión que se ampliaba y preocupaba del desarrollo bajo la misma filosofía de todas las partes de la sociedad. No solo jugadores sino técnicos y dirigentes que a posteriori pudiesen ocupar puestos determinantes en el club. Sacando beneficio de términos que se pierden a menudo en el mundo profesional como la confianza y la fidelidad. Así surgió el carácter, la fuerza del grupo, jugadores que estaban dispuestos a inmolarse por la Olimpia.


De este modo Gamba se dejó ambas rodillas en el parquet, Riminucci jugó con un menisco roto, Sardagna corría con un vendaje para no dañar mas su maltrecha clavícula o la cruda imagen del duro Kenney engullendo pastillas para calmar el dolor antes de un partido decisivo. Ese vestuario fue el que dio sentido a la labor de Bogoncelli hasta conformar el mito que representaban. Retrato de una época donde eran otros valores diferentes los que la regían. Para conformar ese vestuario, Bogoncelli firmaba jugadores nacionales preferentemente estudiantes, con cerebro y entusiastas que hacían diplomarse en el ISEF, que les hacían casar y cuidaban hasta el punto que el propio Adolfo se encargaba de amueblar sus casas a modo de regalo de bodas. Organización y confianza. Así llegaban los jugadores a Milán, buscados por la Olimpia cuando ellos aceptaban sin tomar consideración de la cifra a percibir. A Bogoncelli no le preocupaba si por exigencias monetarias había que vender o no renovar a alguno de los jugadores. Tenía claro que primero era el club y después el dinero.


Otro caso diferente eran las contrataciones de jugadores extranjeros, primordialmente norteamericanos. Una odisea pero buscados en parámetros similares a los expuestos, siempre atendiendo a las necesidades del grupo. Bien anotación o bien rebote y defensa, carácter volcánico y cuerpo de granito. Una labor de búsqueda que a veces derivaba en historias que hacen pensar sobre lo bello y lo casual de este deporte. La de Art Kenney fue una de ellas. A finales de los ’60 la preocupación del tandem Rubini-Gamba era la de encontrar un anti-Meneghin. El gran Dino hacía estragos en las cercanías del aro. En 1968 llega a Milán Jim Tillman, un jugador con una conducta muy especial pero buen anotador y muy físico. Uno de los primeros jugadores de raza negra en el club milanés. Estuvo 2 temporadas en el seno de la Olimpia siempre con la estela de segundón, tras Varese y la alargada figura de Meneghin. En el verano de 1969, comenzando su segunda temporada con el club, Tillman y la Olimpia se enfrentaban en un partido amistoso a una representación de los mejores jugadores de la liga francesa entre los que se encontraba Art Kenney. El pívot blanco realiza un partido fantástico donde expone las marcas de su carácter; un torrente de energía y rudeza sobre el parquet, saltando chispas en su duelo contra Tillman. Un duelo que parecía concluir al sonar la bocina final pero que tuvo su segundo asalto al coincidir ambos equipos en el hotel. Continuaban las miradas y los insultos entre Jim y Art hasta que sucedió lo inevitable.


Una cómica que bien pudo ser trágica escena acontece en el Hall del Hotel con Tillman persiguiendo a Kenney, llevada hasta la cafetería donde el jugador de Milán pedía insistentemente una botella que destrozar en la cabeza del fornido rival. No obtuvo respuesta positiva y su segunda acción fue la de llamar a su hermano, militar en Verona, a quien le hizo una curiosa petición –“Hey man, envíame una pistola que debo eliminar a un tipo”- Huelga decir que la pistola no llegó y Rubini impuso cordura y paz a una situación que había ido demasiado lejos. Tillman jugaría su segunda temporada con la Olimpia pero no sería renovado al final de la misma. Era difícil encontrar un americano convincente en una situación donde la NBA y la ABA se batían en duelo. El dúo Rubini-Gamba prueba a Bob Lienhard pero tras una semana deciden que no se ajusta al perfil buscado y lo dejan firmar por Cantú. Se necesita mayor fuerza y energía para intentar frenar al gran Dino, convertido en la obsesión de los dirigentes italianos. Recuerdan el nombre de Kenney, que estaba realizando una gran temporada en Le Mans, y deciden, con algún temor dado el episodio vivido con Tillman el verano anterior, hacerle una propuesta en suelo francés. Cinco minutos de conversación y Art Kenney era jugador de la Olimpia Milano. Allí pasaría 3 temporadas donde dejaría un recuerdo imborrable, campeón del scudetto en el desempate de 1972 tras 4 años de sequía y duelos memorables ante Meneghin. Dios también escribe con renglones torcidos y de este modo o similar se efectuaron multitud de fichajes que dieron lugar a historias inolvidables.


También este dominio sobre el baloncesto tan continuado en el tiempo de Bogoncelli trajo consigo fricciones y recelos en la mayor parte de dirigentes rivales. Pretensión de aprovechar su dominio para ejercerlo también en medidas federativas. El caso mas llamativo corresponde al desempate entre la Olimpia y Varese de 1966. Los dos equipos habían terminado empatados con un balance 19-3 y un partido a disputar en Roma debía decidir el nombre del campeón. En la época solo se podía usar un jugador extranjero y Varese alineó durante todo el campeonato a Toby Kimball. Para aquel desempate hizo jugar también a su americano de Copa, Tony Gennari, alegando su ascendencia italiana y que podía ser considerado oriundo. Victoria para la IGNIS que recurrió el equipo milanés al considerar ilegal la maniobra de su rival tras haber usado dos extranjeros durante el partido. Apareció un documento en Sesto San Giovanni, pequeño pueblo a las afueras de Milán lugar de las raíces de los Gennari, donde se atestiguaba que el padre de Tony había renunciado a la nacionalidad italiana en el momento de su marcha a Estados Unidos, invalidando de este modo cualquier consideración como oriundo del jugador. La Olimpia ganaba el scudetto de 1966 en los despachos. Cual fue la ironía que Cantú, dos años después, ganaría el scudetto con el oriundo Carlos D’Aquila dirigiendo al equipo junto al pívot norteamericano Bob Burgess. Otro episodio, fallido esta vez, fue el intento de pasar una eliminatoria sin jugar en Copa de Europa. El club lombardo había quedado emparejado con el Al-Gezira egipcio y se negaron a jugar en una cancha al aire libre en El Cairo. Creyeron que su posición de fuerza bastaría para amedrentar a la competición y pasar la ronda sin jugar pero resultó justo lo contrario. La Olimpia fue eliminada de la competición y se prohibió su participación la temporada siguiente. Historias de un poder que no cejó en su intento de alcanzar todos los estamentos que regulaban el baloncesto italiano y europeo. Quizás todo se resuma a través del apodo con cual también denominaban a Rubini. Il padrino. Dado su total control sobre los jugadores italianos y el mercado interno. El otro reverso, mas oculto, mas oscuro, de un Mito que alcanzó tamañas cotas que obligó a la marca Simmenthal a cesar su patrocinio dado que la gente pensaba que aquellas latas de carne se llamaban igual que un equipo de baloncesto. Un Mito fagocitado por la perfección del mismo llevada a cabo en Varese. Siguiendo las pautas que permitieron el ascenso de la Olimpia de Bogoncelli. Un presidente mecenas en la figura de Borghi bajo un patrocinio fuerte como IGNIS. Un entrenador de sello y continuidad como fue el maestro Nikolic al frente de un núcleo estable de jugadores italianos llegados de toda Italia y un extranjero de lustre. Además de trabajar en su propia cantera apoyada en la Robur et Fides, que les permitió hallar la pieza que iba a darles la posición de ventaja respecto al resto: Dino Meneghin. Incluso Borghi quiso emular a Adolfo apoyando la creación y desarrollo de un club al sur del país, el IGNIS SUD Napoli. Reflejo de un modo de organización que Bogoncelli convirtió en leyenda.


Una leyenda, la de las zapatillas rojas, que definitivamente cerró sus páginas con el abandono de la actividad societaria por parte de Adolfo en 1980, dejando la sociedad en manos de la familia Gabetti. No sin antes ponerse en paz consigo mismo y dejar un club listo para dominar la década de los ’80, en su último halo de genialidad. Bogoncelli era un hombre supersticioso. Tanto como que no existía la camiseta con el número 4 en la Olimpia ni la numeración con dicho número en el pabellón dado que el 4 de Abril de 1944 (4-4-44) Adolfo contrajo poliomielitis. La primera medida volver al color blanco y rojo que había caracterizado al club bajo patrocinio Billy. Tras el azul de Innocenti y el granate con rayas azules de Cinzano se volvía al origen. También encontró una figura que le diese ventaja sobre el resto de equipos a medio plazo. Firmó a un base procedente de Mullens, Virginia, llamado Mike D’Antoni, de innegables raíces italianas. La nacionalización sería un hecho a mitad de los años ’80 y formó junto a parejas de americanos como Schoene-Carroll, Schoene-Henderson, Barlow-McAdoo el esqueleto de una potentísima squadra milanesa. Para finalizar, su último guiño. Firmó al técnico de la Virtus, Dan Peterson. El hombre indicado según Adolfo para liderar la resurrección de la Olimpia, el nuevo Rubini. No se equivocó. Y según narra el propio Peterson, Adolfo le legó en el verano de 1979, durante la renovación de su contrato tras la primera temporada en Milán, el espíritu de la Olimpia. Su significado. Narra Peterson –“Para renovar nos encontrábamos distantes por 5.000 $. Le digo:”Doctor, OK. Acepto tu oferta”. Él sorprendido:” ¿Cuál es el signo zodiacal de tu esposa? Le respondo aun mas sorprendido:”Tauro”. Al día siguiente, me regala un collar de oro con un bello toro, de Faraone Milano, por valor de 10.000 $ para mi esposa. El dinero no era impedimento pero sí conocer hasta donde estaba dispuesto a ceder por entrenar a su Olimpia. Confianza y compromiso. Cuando Adolfo ha dejado el basket en 1980, todos sabíamos que el pallacanestro no había perdido tan solo un verdadero gigante sino un trozo de su historia.”-. Dicho y hecho. Peterson se convirtió en la nueva divinidad, codo a codo en el Olimpo con San Siro, escribiendo nuevas páginas doradas en la historia de la entidad, de otra leyenda diferente, desde el Parnaso que por 40 años ocupó Adolfo. Pero eso ya será otra historia. El dirigente triestino, como en el pasaje bíblico, llevó a su equipo hasta la tierra prometida pero la divinidad que ofició su bautizo no le permitió contemplar de nuevo el éxito, negándole un nuevo scudetto, aquel que debía suponer la segunda estrella, el vigésimo.


La canción dice que una sola vida no puede bastar para olvidar una historia que vale. Mirar atrás en el baloncesto italiano significa contemplar el legado de Adolfo Bogoncelli, mimetizado con la sociedad que construyó, impregnado cada palmo de su conocimiento, clase, ansias y temores. Hecha a medida. Dicen que incluso dejó un sello que evoca al misticismo y tiene que ver con sus supersticiones. Con la llegada de Djordjevic y posteriormente Bodiroga la camiseta número 4, la camiseta del maldito número, fue descolgada. Una afrenta que se ha saldado con 1 solo título nacional de los últimos 16. Con la sociedad debatiéndose entre la vida y la muerte a cada cambio de propietario, poniendo en peligro la supervivencia del sueño de Adolfo. Hechos que alimentaban la leyenda. Nadie se ha atrevido a vestirla de nuevo. ¿A quien vendiste tu alma, Adolfo? Su vieja Olimpia no ya solo presenta un palmarés de ensueño, sino que su leyenda hace inútil cualquier enumeración de las victorias y títulos conquistados. La estadística, las cifras, palidecen ante el sonido de las pisadas de huella roja, ante lo cálido del recuerdo, de las mil y una historias vividas y narradas que aun perviven y pervivirán en ojos y corazones hasta que la última voz que hable de baloncesto en Italia sea silenciada. Eterno sueño que viste de rojo.



Adolfo Bogoncelli siempre cuidará de ellos.




Compartir noticia:  Facebook |  Twitter |  Menéame |  Digg |  Del.icio.us |  Technorati |  Yahoo! My Web   


Artículo publicado por Kantauri

0 comentarios
Danos tu opinión
Danos tu opinión
Nick:


Comentario:


Código de seguridad: 8546

Por favor, necesitamos que reescribas el código de seguridad para asegurarnos que no se trata de un robot: