Historias de Kantauri
LE SCARPETTE ROSSE (I)
Kantauri  | 26.05.2009 - 01:00h.
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Kantauri  | 26.05.2009 - 01:00h.


Riminucci miraba el marcador del Lido como un condenado a muerte observa el patíbulo”. Así de contundente se expresaba el cronista de Il Corriere sobre los sentimientos milaneses una vez concluido el primer tiempo del partido que enfrentaba a la Olimpia ante el Real, vigente campeón de la Copa de Europa, en el encuentro decisivo del grupo clasificatorio. El conjunto checoslovaco del Slavia Praga ya estaba clasificado y esperaba acompañante en el viaje hacía la final a cuatro que debía coronar al campeón de Europa en aquella temporada 1965-1966. Procedentes del otro grupo, CSKA Moscú y AEK eran los equipos que completarían aquella fase final. El Real Madrid dominaba al medio tiempo e imponía sus galones sobre el parquet italiano, refrendando de este modo la victoria ya conseguida en su pista ante la squadra milanesa. El sueño de aquel equipo de leyenda dirigido por Cesare Rubini parecía encaminado a esfumarse de nuevo. Dominador absoluto del panorama nacional, pero incapaz de alcanzar un trofeo que le pasaportase a la eternidad, incapaz de trasladar sus conquistas a Europa. El Honved de Budapest, la polémica eliminatoria ante Al-Gezira de El Cairo o el propio Real Madrid habían sido antiguos verdugos de la ilusión lombarda, del feroz trabajo de Adolfo Bogoncelli al mando de la nave. La suerte aquel día de 1966 no tenía trazas de ser diferente. De nuevo a las puertas.


No iremos tan deprisa ya que para poderse celebrar la segunda parte de aquel encuentro y tomar consciencia de su importancia merece volver la vista atrás por unos instantes y realizar un recorrido por la apasionada, devota y obsesiva creación de un mito, nacido de la mente privilegiada, visionaria y soñadora de Adolfo Bogoncelli. El principio de todo lo que Europa contempló después y lo que, hoy día, significa la palabra pallacanestro en la memoria del continente basket. Un viaje guiado a través de los ojos, sueños y carácter del señor Bogoncelli, quien proporcionó gloria a aquellos que decidieron seguirle, dotó al baloncesto italiano de profesionalidad y del armazón organizativo necesario para sustentar su salvaje crecimiento tres décadas después, y que legó un patrimonio, una leyenda, imborrable, inherente a la historia del deporte italiano. Una historia pintada a mano por el industrial triestino, marcada al milímetro por cada uno de los rasgos de su mapa vital. Un hombre que exigía fidelidad y nacía desde la confianza en cada pieza que componía su organización. Dadivoso con aquellos que le correspondían, generosidad que tornaba en crueldad contra aquellos que osaban traicionar las leyes elementales que delimitaba su sapiencia. Sabiduría que había adquirido de su propia experiencia. Su éxito, preso de la codicia, enemigo de la derrota, le llevó a intentar mandar y controlar todo aquello que acontecía en lo que denominaba como su baloncesto. Más allá de lo permitido. Y terminar por perder capacidad de reflexión, ebrio de soberbia y de un modo concreto de entender la vida. Ambicioso, maestro de la organización societaria, de una gestión deportiva pionera que partía con esperanzas de grandeza, necesidad de encontrar la gloria y que hablaba de dejar huella en la eternidad, locura desmedida. Bendita locura. Un proyecto marcado no ya solo por el mapa vital de Adolfo sino también por el geográfico. A caballo entre Trieste y Milán. Dos ciudades contrapuestas en términos sociales y políticos en una primera mitad de siglo XX convulsa y dramática. Un paraíso de enorme riqueza que terminó de forjar la personalidad de aquel directivo elegante que perseguía la inmortalidad en vida y tras ella.


Trieste mira al Adriático y es cruce de caminos y culturas, en constante aprendizaje, limitada por sus pequeñas dimensiones y su controvertida situación política, a caballo entre Eslovenia, Croacia y la propia Italia. Aquella Trieste que vio nacer a Bogoncelli estaba sumida en una oleada de atentados en ambas direcciones, con la batalla por la nacionalidad de la ciudad como telón de fondo, dividida entre una mayoría de sentimiento italiano y la etnia eslava en pleno ascenso demográfico y económico en la ciudad. En 1920, a través del tratado de Rapallo, Trieste fue anexionada por el gobierno italiano. El periodo de entre guerras, con el ascenso del poder fascista de Mussolini, había sumido a la ciudad en una importante crisis. Las leyes raciales habían introducido a la comunidad eslava en un proceso migratorio a Yugoslavia, habían excluido a la comunidad judía de la vida pública, y la economía, al perder su status comunal, había caído en picado, afectando a la actividad portuaria, comercial y financiera. Solo la actividad deportiva mostraba buena salud en una ciudad orientada a ello. Dada su privilegiada posición geográfica y una textura social formada por varias etnias, Trieste estaba a la vanguardia del deporte. El baloncesto era una de las actividades que encontró arraigo en la ciudad y la Ginnastica Triestina ya había vencido 3 títulos de campeón italiano al marchar Adolfo Bogoncelli rumbo a Milán. Por negocios principalmente, aunque el industrial textil llevaba también otro objetivo en la cabeza, entre ceja y ceja. Era fiel reflejo de la sociedad triestina de la época, y si la situación económica, su ambición y buscar un mayor crecimiento lo llevaron a Milán, la pasión por el deporte y la ascensión que el baloncesto estaba teniendo en la zona, tras los títulos de la Ginnastica cabe recordar que llegaron otros dos scudettos para la Reyer Venezia, introdujeron en Bogoncelli el ansia por competir y vencer. Generosa la naturaleza con el dirigente triestino concediéndole una visión sin igual para los negocios, parca en la dotación para la práctica deportiva, el reto de Adolfo se situaba en crear y controlar una sociedad que le permitiesen alcanzar la gloria en el deporte a través de sus empleados. Milán era el motor del país, situado al norte, en la región de Lombardía. Un lugar donde Bogoncelli podía expandir su industria, sus intereses comerciales y el círculo de amistades que le otorgaban un respaldo económico mayor. La ciudad, gigantesca comparada con Trieste, era un hervidero. El fascismo había obtenido bautismo en la plaza milanesa del Santo Sepulcro, el poder que se había apropiado de aquella Trieste que Adolfo abandonó, y el baloncesto había dado también sus primeros pasos federativos y organizativos en la ciudad del Duomo. El primer partido en 1919, la creación de la Federación en 1921 y el dominio de la competición italiana en sus primeras ediciones antes de ceder al empuje de ciudades como Roma, Trieste o Venezia. La cuna del deporte que tanto había hecho disfrutar a Bogoncelli en la emergente zona del Friuli era el lugar donde ahora se mecían y reposaban sus ilusiones. El primer gran hombre había llegado a la ciudad.


Milán era la sede natural de todo el movimiento cestístico italiano. Equipos como el Internazionale de los hermanos Muggiani, la SEF Constanza vencedora del primer scudetto o la ASSI Milano del genial Giannino Valli, componente de la primera selección italiana de baloncesto, surgían tras la I Guerra Mundial. Dominaban la escena italiana hasta la aparición de pujantes núcleos como Roma, Trieste, Venezia o Bologna y Napoli después. Cuando Adolfo aterriza en el baloncesto milanés el panorama pertenecía al equipo de nombre Dopolavoro Borletti. En 1930 un grupo de dirigentes de la hacienda Borletti (dedicada a la fabricación de cuentakilómetros) deciden formar un equipo de baloncesto como parte de su oferta de actividades para después del horario de trabajo (dopo-lavoro). El Régimen fascista ya instaurado denominaba al Estado como Padre y hermano mayor de cada ciudadano, y en ese contexto nace a través de un decreto el 1 de Mayo de 1925 el dopolavoro. A su vez se crea una institución, la Opera Nazionale Dopolavoro, que debía completar el abrazo que el fascismo daba al pueblo. Anhelo de controlar también las horas de ocio de los trabajadores. Según se recoge en la normativa fascista, aquel Decreto nacía con la intención de “promover el sano y prolífico desarrollo de las horas libres de los trabajadores, tanto intelectuales como manuales, a través de instituciones dirigidas al desarrollo de su capacidad física, intelectual y moral, proveyendo el incremento y la coordinación de las mismas, satisfaciendo sus necesidades”. Los inicios del equipo Borletti son poco afortunados. Jugaban en el campo descubierto de Via Constanza y la inexperiencia de sus trabajadores quedaba patente en cada acto sobre el terreno de juego. Pero a pesar de las dificultades y la precariedad competitiva de la actividad realizada, los dirigentes de la fábrica decidieron apostar por los aros y redes e inscribieron al equipo en la primera división (LegaDue actual).


El contexto político y, sobre todo, económico jugó a su favor. El fascismo había dividido en varios sectores el baloncesto nacional con lo que había serias opciones de, logrando cierta capacidad de dominio en la ciudad de Milán, poder competir por cotas elevadas y el scudetto. Un título que comenzaba a ser esquivo para la capital lombarda, otrora poseedora exclusiva del éxito. A la política se unió una extraña compañía, agraciada casualidad. La crisis económica de 1929 había afectado sobremanera a la fábrica de motores milanesa Isotta Fraschini, viendo reducido su capital de 60 millones de liras a 9, y había provocado el cese de su actividad baloncestística. Su disolución y el interés mostrado por la Borletti en el desarrollo del baloncesto propició el inicio de la escalada hacía la cima del pallacanestro. Gracias a los involucrados dirigentes ingresaron en la Borletti un ramillete de grandes jugadores de la época como Canevini, Castelli y, sobre todo, Giannino Valli, 5 veces campeón en los años ’20 con la A.S.S.I., que ejercería labores de entrenador, guiando al ascenso de una sociedad que en 1936, solo seis años después de su creación, iba a devolver el scudetto a Milán, esquivo desde que en 1927 la A.S.S.I. de Valli ganase el último. Aquel fue el primero de una serie de 4 títulos consecutivos. Justo en ese mismo año 1936, Adolfo Bogoncelli entra en escena fundando su propia organización de baloncesto denominaba como Triestina Milano, mezcla de nostalgia y esperanza. Desde la atalaya que proporciona el paso del tiempo se puede concluir que la decisión de adquirir tal denominación no pudo ser más acertada y ajustarse mejor al posterior desarrollo de la entidad. La sociedad sobrevivió una década en el anonimato de la mitad de la tabla clasificatoria, consumida por la tiránica sombra del Dopolavoro Borletti. Unos años duros que sirvieron para que Bogoncelli perfeccionase un sistema organizativo capaz de ser trasladado al deporte, que sostuviese una fábrica donde los empleados debían cobrar a final de mes por producir conceptos alejados al comercio y al tejido industrial que tan bien conocía el triestino. Una sociedad cuyo valor se medía en ilusión, sueños, gloria y emociones. ¿Cómo venderlo? ¿Cómo hacer funcionar una sociedad dedicada en exclusiva al baloncesto? Resonando sin cesar en la cabeza de Adolfo. Daba comienzo la leyenda.



Cartel publicitario de Borletti



A inicios de los años’40 la II Gran Guerra no detuvo apenas la práctica deportiva. El baloncesto no disputó únicamente su temporada 1944-1945. Un baloncesto que había alumbrado el ascenso de la Virtus Bologna a su primer escalón, junto a las potencias del Este, Trieste y Venezia. La situación política había cambiado con la desaparición del fascismo y fue una década de cambios estructurales fuertes. Tras el fin del segundo desastre mundial, las sociedades del Dopolavoro comenzaban a transformarse o desaparecer, fábricas que debían adaptarse a una nueva situación, muchos equipos de aquel precario baloncesto entraron en crisis. Las preguntas que atormentaban a Bogoncelli en la persecución de su sueño empezaban a encontrar respuesta. La fábrica Borletti no fue ajena a los drásticos cambios que se estaban produciendo en el país y entre 1946 y 1947 atravesaba una situación caótica. Era la oportunidad. Bogoncelli fusionó su Triestina con la Borletti, naciendo de este modo la Olimpia Milano. La nueva sociedad adquiere la estructura de la Borletti, así como sus instalaciones. No obstante consta como fecha fundacional de Olimpia Milano el año 1936, inicio de Adolfo Bogoncelli en el mundo del baloncesto. Continúan jugando en Via Constanza, cuentan con una oficina en Via Washington y unen nuevos jugadores a la plantilla existente.


También absorben el palmarés cosechado. 4 títulos de campeón italiano y un 5º entre interrogantes. La confusa historia data de 1920, año del primer campeonato italiano vencido por la SEF Constanza. Equipo que jugaba en el terreno de la Via con el mismo nombre y que pudo ser el precursor, el origen o la raíz de la que surgió el Dopolavoro Borletti, que también disputaba sus partidos en el mismo lugar. Un interrogante de complicada respuesta con absoluta certeza. El huésped sólido que pudiese soportar el plan establecido estaba creado, posibilitado por la coyuntura económica. Trieste y una afortunada casualidad propiciaron la solución deportiva. Bogoncelli sabía de forma diáfana la identidad que su proyecto debía tener, solo hacía falta encontrar las personas adecuadas. La situación social era tan deprimente como caótica curando aun las heridas dejadas por la guerra, con mucho por cicatrizar. El baloncesto estaba partido en varios sectores según las regiones geográficas. En 1946, todavía bajo el nombre de Triestina Milano, el equipo de Adolfo debía hacer frente a la Ginnastica Triestina, el origen de toda esta historia de amor con las redes y aros, en el grupo final por el campeonato del Norte de Italia. Era el equipo de Pellarini, Fabian y, sobre todo, Rubini. La demostración de pundonor y talento que realizó Cesare Rubini en aquella fase final abrieron los ojos al patrón de quien debía ser el encargado de liderar su proyecto deportivo y como debía desarrollarse éste, bajo que signos de identidad. Apostando por la calidad, el talento, obvio, pero basados en el compromiso y el sacrificio. En aquel momento Cesare Rubini no era consciente del viaje que iba a emprender, del futuro que le aguardaba en Milán. Simplemente buscaba una solución a los problemas derivados de la guerra. Bogoncelli, en cambio, sí sabía hacía donde encaminaba sus miras, visionario, arrogante y confiado en su talento para olfatear las huellas del éxito. El nacimiento de esta unión nace en un escenario que volvió a conjurarse en pro del desarrollo en el baloncesto italiano.


Una semana antes de aquel partido, en Trieste se habían sucedido importantes manifestaciones para reclamar la nacionalidad italiana de la ciudad. Italia iba a convertirse en República, los aliados habían ocupado una Trieste que con anterioridad habían sometido a continuos bombardeos, y el éxodo desde Istria y Dalmacia había comenzado tras la anexión de estas dos regiones a la Yugoslavia de Tito. Rubini, en aquel cruce de caminos, era comunista, sí, pero también un ferviente seguidor de la causa italiana y a sus 23 años la juventud era combustible suficiente para sus animosas reclamaciones. Acudió raudo a los disturbios entre los manifestantes favorables a la causa italiana y los filo-eslavos. El grado de desunión y cruce de culturas llegaba a tal punto que en Julio de ese mismo año se plantearía la opción de crear el territorio libre de Trieste. Una línea que delimitase, o dinamitase, la ciudad en 2 zonas. Al Este, terreno que pasaría a manos yugoslavas, al Oeste, terreno libre que los ciudadanos debieran decidir si era anexionado a Italia. Fractura detallada en mapas políticos. La policía del Gobierno Militar Aliado intervino para sofocar el enfrentamiento en las calles de la ciudad partida y en una de las revueltas Rubini salió mal parado. Fractura de muñeca como resultado de uno de los golpes, una de las caídas en la piazza. La bravura del joven Cesare iba a costarle un decisivo partido que no esperaba por nadie. Recurrió a un barbero que oficiaba las veces de masajista de la sociedad deportiva quien le hizo un vendaje tan fuerte que era incapaz de mover la mano. Y no se perdió aquella final, siendo el mejor anotador de aquel partido por el campeonato del Norte. La crónica deportiva tituló “Los hermanos han matado a sus hermanos” con la Triestina original derrotando a su discípula milanesa.


Aquel Rubini superando el dolor, aquella muestra de carácter fue lo que Bogoncelli compró para su club, aquella Olimpia Milano que iba a surgir a resulta de la fusión con el Dopolavoro Borletti, sello triestino, la sangre que inundaría el corazón y el bolsillo de la acaudalada sociedad lombarda. Un dinero que iba a propiciar que para la temporada 1947/1948 la Olimpia tuviese en Rubini la figura de jugador-entrenador y que junto a él llegasen otro grupo de jugadores como Pellarini, Fabiani o Beretta. Lejos quedaban ya los 5 scudettos logrados a orillas del Adriático, Trieste pasaba definitivamente el bastón de mando a Milano.



Manifestación por la nacionalidad italiana de Trieste. 1946.



La trayectoria del conjunto fusionado iba a despegar de inmediato hacía la cumbre de pallacanestro. El deporte italiano en el momento en que Adolfo Bogoncelli se involucra viajaba a la misma velocidad que el resto del país. Mucha animosidad, métodos estrafalarios, muchas esperanzas pero poco dinero. El baloncesto era un deporte minoritario. La Olimpia Milano nace con la vocación de situarse a la vanguardia del movimiento cestístico nacional, y de todo deporte de equipo diferente al fútbol. Una de las prioridades de situar la entidad en un núcleo potente como Milano era contar con un respaldo mayor en los apoyos económicos que las nuevas amistades del industrial podían prestar, además se consiguió que Borletti continuase patrocinando al equipo quien por vez primera inscribiría el nombre de su soporte económico en la camiseta y en el nombre de la sociedad, pasando a denominarse como Olimpia Borletti Milano. Se iniciaba la estirpe de patrocinios que significaría uno de los puntales del crecimiento del pallacanestro, unido a míticas marcas como Minganti, Oransoda, Ignis, Candy, Forst, Cinzano, Sinudyne, Billy, Mobilgirgi, Snaidero, Granarolo, Simac, Benetton, Phonola, Tracer, Buckler, Stefanel o las recientes Kinder, Teamsystem, Montepaschi. La cantidad que percibió de la marca Borletti cercana a los 4 millones de Liras le situó en posición ventajosa para completar la revolución en el área deportiva. Fue el primer dirigente capaz de reclutar jugadores procedentes de otros lugares de Italia. Desde Trieste para iniciar el proyecto en 1947 llega un núcleo importante encabezados por Cesare Rubini, quien obtuvo un contrato de cinco mil liras, con posterioridad fueron diez mil, mas gastos de alojamiento y viaje una vez a la semana a Trieste en el camión que por la noche transportaba los ejemplares del Corriere Della Sera.


Así se firmaban los acuerdos entonces y de este modo Adolfo consiguió juntar a varios de los grandes talentos del país. Aunque en el inicio hubiese dificultades económicas como recuerda el propio Rubini –“Un día cinco jugadores nos fugamos por la ventana de la casa donde vivíamos, casi detenidos porque no pagábamos. Y nos refugiábamos en casa de la señora Anna”- Cesare considera a Adolfo Bogoncelli el hombre mas importante que ha conocido en su vida. Y es que era arriesgado confiar el proyecto a un deportista que dada la polivalencia que existía entonces dividía su tiempo jugando a baloncesto y a waterpolo, siendo un jugador muy destacado en ambas disciplinas. Pero Bogoncelli supo ver la inmensa capacidad que atesoraba el joven triestino. Entre 1947 y 1955 Cesare Rubini desempeñó la función de jugador-entrenador al frente de la Olimpia Borletti, siendo el encargado de dotar con el carácter y la identidad apropiada al gigante italiano. Dos temporadas más tarde al fichaje de los triestinos, en la 1949/1950, Bogoncelli recluta a Enrico Pagani junto al mejor jugador italiano de la época, el alero Sergio Stefanini. A inicios de los años ’40, Stefanini había liderado a la Reyer Venezia a 2 títulos de campeón gracias a su talento físico y su capacidad para anotar. Tras la guerra y un breve paso por el Fluminense brasileño, llega a Milán y da muestras de su valía. Desafiaba al equilibrio en cada tiro y se le considera el introductor en el país del tiro en suspensión. Muy destacado en disciplinas atléticas como los 400 metros lisos y el salto de altura. La Gazetta lo definió así “Veloz, inteligente, un dardo, suspensión, anotación, imán para los aplausos”.


El scudetto regresa tras ocho temporadas a las vitrinas meneghinas y Stefanini es el 2º mejor anotador del campeonato tan solo superado por Romeo Romanutti, jugador de Trieste. Huelga decir que las siguientes temporadas Romanutti, nacido en Split, jugaría para la Olimpia, formando la lujosa columna vertebral que ganó 5 campeonatos de forma consecutiva entre 1949 y 1954. Romanutti- Miliani-Rubini-Pagani-Stefanini con la dirección de Bogoncelli en el despacho, Cesare en el parquet y los registros anotadores de Stefanini, dieron los primeros gloriosos pasos que iban a iniciar el legendario camino de la Scarpette Rosse. Junto a la pléyade de estrellas llegadas desde otros puntos de la geografía italiana, completaban la plantilla de la squadra lombarda jóvenes jugadores que iban surgiendo de otra de las ideas innovadoras que la Olimpia puso en marcha. Se creó un centro de formación donde surgieron grandes jugadores con el sello adecuado para mantener el espíritu de la Scarpette Rosse. Talentos como Sandro Gamba, Cesare Volpato o Giandomenico Ongaro surgieron de las entrañas de la sociedad. Una idea de resultados satisfactorios ya que eran jugadores que habían sido educados bajo el carácter que se quería potenciar, en un estilo muy definido, y que concedían otra ventaja al proyecto de Adolfo. Daban mayor flexibilidad de cara a un mercado que con la irrupción de Virtus Bologna o Varese comenzaba a ser pujante. Una vez exprimidos los mejores años de los grandes jugadores italianos bajo el escudo de la Olimpia, Adolfo podía hacer negocio con ellos y sustituirlos por jugadores de talento creados en su escuela, con el consiguiente ahorro económico y la capacidad de invertir en grandes jugadores que comenzaban su ciclo de esplendor. Olimpia Milano había ganado un hueco decisivo en el mercado del pallacanestro y la capacidad de dominar durante dos décadas el panorama nacional.



Bogoncelli y Rubini junto a su primera gran incorporación, Stefanini.



Posición que iba a ser reforzada definitivamente en 1956. Tras cinco scudettos consecutivos a inicios de los ’50, tras haber iniciado la explosión definitiva del baloncesto con una gestión adelantada 30 años a su época, tras haber llenado el Vigorelli milanés con 15.000 personas en un partido ante los Harlem Globetrotters, tras haber comenzado una trayectoria que alcanzaría la mitificación, Adolfo Bogoncelli captó la atención de la gran marca alimenticia Simmenthal, dirigida por Gino Alfonso Sada. Otro pionero. Destinados a encontrarse Adolfo y Alfonso. Dos mecenas que transportaron a la Olimpia rumbo la eternidad. En 1881 el padre de Alfonso, Pietro Sada, regentaba un restaurante en Milán y, estudiando métodos innovadores para la conservación de los alimentos, comenzó a introducir trozos de carne en gelatina que confeccionaba en latas. La idea tuvo un alto grado de acogida y su hijo, Alfonso, comenzó en 1923 la producción industrial de este tipo de carne enlatada, denominando el producto como “Simmenthal”, inspirado por la raza bovina que habita el valle del río Simmen en Suiza.


El éxito fue rotundo. Olimpia Milano abandonaba el patrocinio de Borletti para alcanzar una relación de sponsorización con un alto grado de profesionalidad y de beneficio merced a la capacidad de maniobra de Bogoncelli y el Cavaliere Sada. A este hecho se le unió el abandono, una temporada antes, de Cesare Rubini al parquet para pasar a dedicarse en exclusiva a su faceta como entrenador. El coloso de Trieste dejaba también el waterpolo de forma definitiva. Cesare había sido campeón olímpico en esta especialidad durante los Juegos de Londres’48, escogiéndola por delante del propio baloncesto. El waterpolo era el deporte donde Rubini se divertía. Durante su etapa como entrenador-jugador de la Olimpia había participado también en el campeonato nacional de waterpolo en ciudades como Milano o Nápoles. De septiembre a mayo se ocupaba de los aros, y de mayo a septiembre de la piscina. En 1956, y como reconoce el propio Rubini, la decisión de anteponer el baloncesto al waterpolo viene provocado por la diferencia de salario que se percibía en uno y otro deporte unida a la escasez de tiempo que provocaba el monstruo que se estaba construyendo en Milán. Rubini, ya solamente como entrenador, debía ocuparse de la confección de su plantilla y escoger una novedosa figura que, de nuevo, había introducido Bogoncelli en el pallacanestro: el jugador extranjero. En la temporada 55/56, última de Borletti como patrocinador, había llegado a tierras lombardas el griego Mimis Stephanidis, al que se unirían durante los 3 años siguientes Ron Clark, George Bon Salle y Peter Tillotson. Hasta 1959, año previo a los Juegos Olímpicos de Roma’60 donde los países no dejaron marchar a sus jugadores. Esto provocó tal enfado en los dirigentes italianos que vetaron la presencia de jugadores extranjeros en la competición nacional. Hasta 1965, fecha en la que Coccia ordenó la reapertura de fronteras y permitió la presencia de 1 extranjero por equipo, con un sistema de mayor solidez que evitase fracasos anteriores.


El inicio del sponsor Simmenthal estaba predestinado al éxito. Desde su origen. Coincidiendo con la mayor implicación de Rubini en el proyecto, de la mano de Bogoncelli, con una economía y un país que comenzaba a encontrar sonrisas tras la guerra. La Olimpia Milano iba a convertirse en uno de los símbolos de un nuevo Renacimiento italiano, pintado sobre un parquet, esculpido en el corazón de la muchedumbre. Después de dos títulos consecutivos con sello virtusino, guiados por la sabia mano de Vittorio Tracuzzi y los centímetros de Calebotta, se abría un nuevo período dominante ya bajo la marca Simmenthal. Habían llegado al equipo dos grandes jugadores italianos: Gianfranco Pieri y Sandro Riminucci. La gerencia milanesa volvía a mirar hacía el Adriático para fortalecerse, auténtica escuela en estos primeros años de un baloncesto que caminaba hacía un grado mayor de profesionalidad. Pieri fue el primer gran base del que dispuso la Olimpia. Antes que Mike D’Antoni, antes que Iellini incluso. Algunos iban más allá y hablan de Pieri como el primer base verdadero del pallacanestro. El primero en jugar con la cabeza alzada para contemplar toda la pista, el primero con una gran visión, el primero en manejar a la perfección el tempo del partido y la circulación de balón. Era el base perfecto ya en 1955. Alto, 1.90, con capacidad para leer el partido tácticamente hasta el punto de que el legendario Cesare Rubini escuchaba sus consejos durante el partido para ajustar diversos detalles. Fue el artífice del veloz y espectacular ataque que practicaba aquella Olimpia, constructor de tantas y tantas canastas firmadas por Riminucci o Vianello. Un hombre alrededor del cual edificar una squadra. Un hombre adelantado a todos en táctica, técnica y manejo de los tiempos. Nacido en Trieste había llevado hasta el subcampeonato a la Ginnastica Triestina, la temporada siguiente ya jugaba en Milán a las órdenes de Rubini. Si Pieri procedía de Trieste, Sandro Riminucci llegaba a la capital lombarda desde Pesaro. Exterminador elegante. Uno de los grandes anotadores en la historia del baloncesto italiano. El ángel rubio era un torrente que nunca cesaba. Con clase y finura, asesino de guante blanco, era el encargado de aniquilar en nombre de la Simmenthal al rival de turno.


Autor de una de las actuaciones más impresionantes, sino la que más, que el pallacanestro haya conocido. El 3 de Mayo de 1964 una aparición divina tuvo lugar en La Spezia. Vestía la camiseta con el “10” milanés. Sandro Riminucci acababa de firmar 77 puntos sin existir la línea de triple. Convirtiéndose en la anotación individual más alta del campeonato italiano, superando los 67 puntos firmados un año antes por su compañero Gabriele Vianello ante Treviso. Dos actuaciones legendarias que alimentan el Mito. La marca de Riminucci solo fue superada por Carlton Myers, autor de 87 puntos jugando para Rimini en 1995, en LegaDue. Con un quinteto inolvidable formado por Pieri-Riminucci-Gamba-Pagani-Ron Clark, Simmenthal devolvía a Milán el título. El scudetto de la estrella, el décimo de la sociedad. Daba inicio un ciclo de 4 triunfos absolutos consecutivos conquistados con un juego inabordable, veloz, de contraataque, alegre, interpretado por los mejores jugadores italianos, llegados de diferentes lugares como Riminucci, Pieri, Sardagna, Vittori o Giomo. Jugadores formados en la sociedad como Gamba o Volpato, a los que se añadieron extranjeros para imponerse bajo canasta de nombre Stephanidis, Clark, Bon Salle o Tillotson. Desde la entrada de Simmenthal como sponsor, la Olimpia ganaría 9 de los 11 scudettos en liza entre 1956 y 1968, temporada en la que uno de sus rivales históricos, Cantú, lograría el primer campeonato de su historia entrenados por Boris Stankovic. En ese periodo de dominio absoluto milanés solo Varese, ya bajo el nombre de IGNIS, se atrevió a interrumpir con los campeonatos del ’61 y del ’64, éste con la dirección de Tracuzzi, antiguo verdugo milanés cuando competía con la V negra en el pecho. Un Varese que comenzaba a crecer y desarrollar el proyecto que relevaría en la década de los ’70 a la Olimpia Milano. A escasos kilómetros de distancia entre ambas ciudades.


Con la escena italiana controlada ya solo faltaba un reto para alcanzar la gloria eterna, para hacer de la Scarpette rosse una leyenda. En 1958 comenzaba a disputarse la Copa de Europa. Aparecía diáfano el sueño de Adolfo Bogoncelli. Poder transportar su proyecto, su imagen, al continente. Un sueño que iba a ser esquivo, iba a resistirse hasta convertirse en una obsesión, una condena que empañaba, que amargaba, la impoluta trayectoria doméstica. Un título que se resistía a la voracidad milanesa, al talento para alcanzar cualquier cosa que pudiese plantearse Adolfo. Esto motivaba y martirizaba al industrial triestino a partes iguales. Hasta convertir la Copa de Europa, los potentes rivales del Este, la amenaza del Real en Occidente, la piedra en el zapato milanés. Un amor trágico, inalcanzable. El dominio de la Simmenthal había encontrado su par de zapatillas, rojas, pero demasiado justas, le hacían daño.



Lata de carne Simmenthal



Riminucci miraba el marcador del Lido como un condenado a muerte observa el patíbulo”. Así de contundente se expresaba el cronista de Il Corriere sobre los sentimientos milaneses una vez concluido el primer tiempo del partido que enfrentaba a la Olimpia ante el Real, vigente campeón de la Copa de Europa, en el encuentro decisivo del grupo clasificatorio. Era la Copa de Europa de la temporada 1965-1966. Olimpia Milano había conquistado su decimosexto campeonato italiano y Rubini contaba a su disposición con la exitosa y experimentada base que formaban Pieri, Riminucci, Binda y Ongaro, con Sandro Gamba en una temporada difícil y en un rol ya muy secundario. A ellos se habían añadido en temporadas precedentes Massimo Masini, Giulio Iellini y Gabriele Vianello, impenitente anotador procedente de Varese. Además esa temporada venía aceptada la presencia de un extranjero por equipo en la LEGA y Milán había echado sus redes sobre Duane “Skip” Thoren. Pívot de 2,08 procedente de la Universidad de Illinois y uno de los primeros intérpretes del sky-hook como recurso ofensivo. La baja mas importante era la del máximo anotador de la temporada anterior con 25 puntos de media, Paolo Vittori, que emprendía viaje rumbo Varese. El equipo italiano tenía un equipo experimentado, potente y partía como uno de los favoritos de la competición. Pero Bogoncelli recelaba de ese favoritismo. Bastaban los golpes encajados en una competición que dominaban los gigantes del Este para alcanzar a ver que el cartel de favoritos no era suficiente. Mientras en Italia el baloncesto comenzaba a profesionalizarse, los estados socialistas usaban el deporte como vehículo propagandístico y sus atletas podían disfrutar de dedicación plena a sus labores deportivas, siendo sostenidos económicamente por el Estado.


El organigrama deportivo que poseían era ya moderno. Los métodos de entrenamiento y la ocupación plena estaban garantizados en los mejores equipos de esos países y para los jugadores más destacados o internacionales. Además una vez terminada su práctica deportiva tenían asegurada su salida laboral. Bien como policías, miembros del ejército o cursando estudios. Esto concedía en las primeras ediciones de la Copa de Europa una ventaja primordial a los equipos bajo radar soviético. En las dos últimas temporadas, títulos del ’64 y ‘65, el Real Madrid de Emiliano, Luyk y Burgess había mostrado el camino convirtiéndose en el primer campeón occidental tras seis ediciones. Los gigantes no eran imbatibles pero pallacanestro Olimpia sumaba otro rival en su desesperada carrera hacía la gloria, el impecable Real que ya había eliminado en la 63-64 al propio Simmenthal en semifinales. Los equipos del Este contaban con un sistema que respaldaba el deporte, el Real Madrid con unos miles de socios, la Olimpia Milano tenía a Bogoncelli. La obstinación del presidente y los recursos económicos que hiciesen falta ser invertidos llevaron a encontrar la llave que por fin concediese una Copa de Europa a la vitrina lombarda. Al potente equipo milanés de la temporada 65-66 se iba a unir como americano de copa Bill Bradley, en una negociación convertida en odisea y al mas puro estilo Olimpia.


William Warren Bradley había terminado su ciclo universitario en Princeton nominado como mejor jugador de la nación y en 1964 había logrado ya la medalla de oro olímpica con la selección USA en los juegos de Tokio. Bradley es drafteado en 1965 como elección territorial por los Knicks de New York, propuesta que rechaza para continuar su formación académica. El chico de Missouri se había graduado con honores en Princeton y había recibido una beca para estudiar durante un año en Oxford como Rhodes scholar. Su padre era un rico banquero de St Louis y su situación económica era holgada, el dinero de la liga profesional podía esperar. Además la decisión venía motivada porque, ya entonces, Bradley consideraba en serio convertirse en futuro presidente de Estados Unidos y quería añadir la experiencia de Oxford a su expediente. ¿Aires de grandeza? No tanto, ya que Bill ha completado una extensa carrera como senador y fue el rival mas duro de Al Gore en las primarias del partido demócrata en 2000. Mientras Bradley volaba a Londres, Tino Rodi, amigo de Rubini y del entorno de la Olimpia, conocía la intención de permanecer en Europa durante un año del norteamericano y vio la pequeña posibilidad de intentar su contratación. Un objetivo que parecía inalcanzable, Bill había rechazado a la NBA y quería dedicarse a sus estudios, pero como todo sueño merecía la pena intentarlo. Rodi lo puso en conocimiento de Rubini y Bogoncelli, la maquinaria se había puesto en funcionamiento. Implacable. Eran ya demasiadas batallas las vividas desde la vieja época de Borletti, demasiados triunfos construidos partiendo de sueños inalcanzables, como para dejarse vencer sin siquiera haberlo intentado. La entidad milanesa tenía capacidad económica para afrontar casi cualquier tipo de incorporación y Adolfo estaba obstinado en conquistar Europa.

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Artículo publicado por Kantauri

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