Es fácil opinar tras la victoria, ser futurólogo de hechos pasados, pero en esta ocasión, es un sentimiento que ya llevo desde que escuché y vi a Don Pablo Laso sentado en un banquillo como entrenador.
Lo complicado es hablar de alguien al que conoces desde hace años, al que aprecias y admiras no sólo como figura del baloncesto o maestro preparando y dirigiendo partidos, si no cuando ya lo conoces fuera de las pistas.
Creo que el mejor y sentido piropo que le podría lanzar y seguro que él hasta se sonrojará sería “Pablo, eres el entrenador que todos hubiéramos deseado tener”.
Hay que conocerlo, y aquí se me viene un dilema, ¿es Pablo entrenador desde su cuna?, ya desde su padre, el Gran Pepe Laso, Pablo debía escucharlo y verlo dirigir, su paso por los USA, (en éso fue un pionero), debutar con su Baskonia bien joven y su forma de jugar, ahí voy a parar!.
Pablo, siempre quiso hacer felices a sus compañeros en la cancha, su máximo argumento fue la asistencia, aquella máxima que dice “una canasta hace feliz a un jugador, una asistencia a dos”, él la cumplió a rajatabla.
Jamás quiso un protagonismo por encima, él dirigía y su misión en la cancha era hacer mejores a sus compañeros (ésos son los mejores jugadores!).
Y ahora como entrenador, sigue siendo su motivación, hacerlos mejores y sacarles el máximo rendimiendo en la cancha que son capaces de proyectar y durante el mayor espacio de tiempo!.
Seguro que Pablo Laso, inconscientemente, se autopiropea, y él mismo quiere ser el entrenador que le hubiera gustado tener.
Su grandeza es ésa, hacer mejores a su plantilla, y jamás ser el centro de atención, sabe que los protagonista son ellos, él, “simplemente”, el director de una orquesta de la que busca y quiere que toque de manera sublime las mejores obras.
Pablo, sigue dando asistencias en el baloncesto, ya sea desde la pista en su momento, y desde el banquillo ahora.