El Garden de Dani Senabre
El límite neuronal
Queridos lectores, es mi obligación advertirles con pesar que las siguientes líneas pertenecen a un artículo NBA y aún así, no giran alrededor de Jeremy Lin.
A los valientes que no hayan emprendido el camino de regreso a la página anterior que ofrece su navegador de Internet, GRACIAS. Sabremos recompensar su esfuerzo ahorrándonos el enésimo comentario sobre las anécdotas de la vida privada de la estrella taiwanesa de los Knicks… ¿Por cierto, sabían que dormía en el sofá de Landry Fields?
En el extremo opuesto de esa línea de popularidad de la que goza el tal Lin, situaríamos a nuestro siguiente protagonista. Famoso en su época universitaria por retar a un combate de lucha libre al mismísimo Shaquille O’Neal (y llevar sus 150 kilos a la lona en una ocasión), su nombre no dice nada, pero su apodo lo dice todo. A Glen Davis todo el mundo le conoce como Big Baby . En Orlando empiezan a descubrir por qué.
Fue durante su época como Tiger en la universidad de LSU (la misma a la que fue Shaq) cuando Davis se ganó ese nickname, del que ha intentado, sin éxito, escapar a lo largo de los últimos años. Su entrenador, harto de ver como su pupilo se perdía en pataletas infantiles, solía gritarle: Don’t cry, Big Baby!
Por mucho empeño que ponga el bueno de Glen, por mucho que diga en rueda de prensa que quiere pasar a ser conocido como uno uno (al más puro estilo Chad Ochocinco), pocas veces un jugador ha sido más esclavo de su apodo. Lo fue en Boston, donde su innegable calidad en el juego de pies, adquirida en clases particulares de ballet, le llevó a ser pieza importante en la rotación, pero nunca a ser tomado en serio por el staff técnico de Doc Rivers. Sus continuos vaivenes emocionales, sus quejas y, sí, su exceso de peso le convertían en carne de traspaso. Estamos hablando de un hombre que ya en su año rookie pasó por delante de jugadores como PJ Brown, Leon Powe o Scott Pollard en la rotación interior durante la temporada regular. Estamos hablando de un hombre que fue prácticamente el MVP del quinto partido de las finales de 2010 ante los Lakers. Estamos hablando de un hombre que se convirtió en el cuarto poder anotador del equipo, tras el big three. Con esas credenciales, hay que hacerlo muy mal para que tu nombre aparezca junto a las palabras carne de traspaso.
Al final Ainge apretó el gatillo y Big Baby cambió el frío de la Beantown por el sol de Florida. Alguien podría pensar que el cambio debería repercutir positivamente en su tejido cerebral. Optimistas.
Davis: “En Boston, sentía la necesidad de más protagonismo, sabía que merecía ser titular, merecía más minutos, más tiros, más liderazgo...Aquí sé que todo va a ir bien”. Fundido cierra. Fundido abre. Vemos a Glen insultar a su nuevo técnico, gritar a sus compañeros, quejarse a la prensa de Orlando y ser abucheado por su propio público. Esa película ya la vimos en Boston, pero la secuela es peor. Más rápida, más fácil, menos verosímil…pero real. Big Baby ha necesitado dos meses para pelearse con Stan Van Gundy, cruzarse palabras altisonantes con Dwight Howard (al que ridiculizó cuando jugaba en Boston y del que dijo maravillas el día de su fichaje por los Magic), sugerir a la prensa que su falta de minutos le impide ir al All Star y ganarse los abucheos de un público más insulso que un bocata de agua. Como explica su compañero Ryan Anderson, “nuestro público no acostumbra a pitar ni a los rivales más acérrimos, pero hoy se ha cebado con Glen”.Todo esto prácticamente coincide en el tiempo con la publicación de las memorias de Shaquille O’Neal, en las que explica que el vestuario de Boston estaba harto de las chiquilladas de Nate Robinson y del propio Davis, al cual supuestamente O’Neal estuvo a punto de agredir en varias ocasiones.
A dos mil kilómetros al norte, todo son sonrisas. Los Celtics saben que lo mejor que han hecho este verano es deshacerse de Davis y conseguir a cambio a Brandon Bass. El 30 de Boston aporta todo lo contrario que su predecesor (y también compañero de universidad): tiene la cabeza bien amueblada, lo da todo por el equipo y, por si fuera poco, ha manifestado su deseo de vestir de verde de por vida. El yerno perfecto. Tiene la misma tendencia que Big Baby a tirar desde la media y larga distancia, pero con una diferencia: Bass las mete. En su debut, se merendó al juego interior de los Knicks con 20 puntos y 11 rebotes, pese a la derrota.
La distancia entre ambos escenarios hace que uno se replantee los titulares de la prensa deportiva americana el día del traspaso. Para todos, aquello fue un cambio de cromos a pelo, al 50 por ciento, una win-win situation para ambas franquicias. Para todos menos para Danny Ainge. Es cierto que los números encajaban, los salarios (con Von Wafer de por medio) no alteraban para nada el límite de los dos equipos. Pero si en una liga tan obsesionada para el equilibrio como la NBA hubiera un límite para todo, Boston debería haber enviado un par o tres de neuronas a Orlando.