Historias de Kantauri
El príncipe y el desheredado (II)
Kantauri  | 04.08.2009 - 00:00h.
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Kantauri  | 04.08.2009 - 00:00h.


Un año después, en los primeros Juegos Olímpicos tras la Guerra, los de Londres’48, Rubini elegía disputarlos con la selección de waterpolo y no con la de baloncesto. Por la amistad contraída, por la diversión y competitividad que siempre buscaba. Dos amigos le convencieron, dos napolitanos, Vittorio Sosti y Mimi Bulgarelli.


– “Los dos compañeros que han hecho cambiar mi vida como deportista. Amigos más que compañeros. Elegí ser olímpico en la piscina. Se entrenaban poquísimo pero en los partidos eran fenomenales. Uno residía en América haciendo de telonero en los conciertos de Sinatra para después, cuando empezaba la temporada de waterpolo, regresar a Italia lleno de dinero, jugaba y también cantaba en algunos locales, pero cuando regresaba a América lo hacía sin dinero. El otro se casó con la hija del Prefecto de Nápoles, nunca trabajó en su vida, únicamente en los tableros de juego del Casino, se saltaba el entrenamiento matutino mientras que era el primero en iniciarlo por la tarde, ansioso por terminar e ir a ejercer como Croupier, jugarse el dinero y lanzar faroles”, explica Rubini.


Era un clima magnífico entre un grupo de amigos que una vez en la piscina competían con todo su alma. Justo lo que buscaba Cesare y el motivo de decantarse por el waterpolo. Entró en la historia. Consiguió la medalla de oro en la capital inglesa y aquella Italia se convirtió en el símbolo del nuevo tiempo, la esperanza y la sonrisa de una dura posguerra, iniciando así con Rubini a la cabeza la leyenda del “settebello de oro”.


Antes que en baloncesto Cesare Rubini fue legendario en el agua. Un viaje a Londres que dada la precaria situación económica de la época le sirvió a Rubini para también hacer negocio junto a alguno de sus compañeros. Según sus palabras, de Londres regresó también rico


– “A Londres llevamos escondida entre el material de la delegación cierta mercancía muy apetecible para su venta. Tres mil metros de seda adquirida en Como, más de mil imágenes del más famoso deportista italiano impresas sobre cartón y muchas botellas de licor Strega. Lo embarcamos y nadie dijo nada, éramos atletas de la Nazionale. Todo fue vendido allí. Nunca me ha faltado el sentido de los negocios, y también viene un poco por esto mi decisión final sobre mi carrera deportiva: Continuaría aun en el waterpolo, pero se ganaba poco, y así paso a paso fui dedicándome exclusivamente al baloncesto”.


Éste era el clima en el que Rubini encontró oro en la piscina. Éxito y héroe nacional. Cierto toque aristócrata, imagen pétrea que con el tiempo y los triunfos terminaron por apodarle el Príncipe.



‘El coloso de Trieste’



Tras los Juegos firmó, además de su ya contrato con la Olimpia, para jugar con la RARI Nantes Napoli, la ciudad a la cabeza del waterpolo nacional y donde se concentraban los mejores nadadores del país. Un lugar por la época de película, nunca mejor definido. La clase alta que disfrutaba del verano en la costa se daba cita en los casinos y los clubes náuticos como aquel de la RARI. El juego, las largas noches de verano en la terraza del club, situado en una posición privilegiada de la ciudad, alejada del ruidoso centro, en el mar de Santa Lucía, acostado ante el profundo letargo en el que se sumía el Vesubio, ocupaban la vida de Rubini. Veranos apegados a las estrellas de la natación italiana que dirigía el maestro húngaro Zolyomy, compartiendo noche y estrellas con figuras del celuloide que estaban de paso por Napoli en la búsqueda de una tranquila cala en Capri o Anacapri. Largas partidas de cartas u otros juegos del azar en el Casino de sus compañeros Bulgarelli o Grimaldi, coincidiendo entre otros con Vittorio Da Sica, otro enamorado del tapete, pokerista impenitente, y quien reflejó aquellas noches en la siguiente frase –“Vencer al Poker es un riesgo, al Bridge es un empeño mundano, en la ruleta hay que tener algo de sobrenatural.”-.


También coincidió con uno de los mejores nadadores de la época, Carlo Pedersoli, que haría su debut en el waterpolo mas tarde como centro-boya antes de encaminar sus pasos al cine siendo el Luciano conocido como Bud Spencer. Cesare Rubini aun ganó otra medalla, esta vez de bronce, en los juegos de Helsinki 4 años después, en 1952. Formando parte de aquel Settebello, nombre al que dio vida el capitano de la RARI Grimaldi, un apasionado del juego de cartas y que dibujó el cartel que debía representar a aquel equipo que nadaba rumbo la leyenda figurado en un siete de oros sustituyendo las doradas formas por la cara de cada uno de los 7 integrantes principales de la RARI. Aquel camino terminó con la pérdida de Gildo Arena, el waterpolista más poderoso del mundo, fichado por los rivales de la Canottieri Napoli a cambio de un FIAT Cinquecento como regalo. Se convirtió en el primer traidor del deporte napolitano.


Rubini también iba declinando sus pasos hacia el baloncesto, donde la exigencia del proyecto de Bogoncelli al frente de la Olimpia iba aumentando temporada tras temporada, incluso en la última etapa de la piscina pasó a jugar en las cercanías de Milán para tener un mayor control. En 1957 con la llegada de la marca Simmenthal abandona definitivamente el waterpolo igual que las pistas de juego para dedicarse en exclusiva a entrenar a un equipo milanés ya mastodóntico. –“La decisión vino por el salario, con el waterpolo se ganaba poco. Y después ya no tenía tiempo para dedicarme a otras cosas, tenía que entrenar y también escoger a los jugadores en América. Era en aquellos años 50 el inicio del profesionalismo.”- explicaba Rubini.


El puesto que ocupaba Rubini como titular en el quinteto milanés pasó a manos de un joven prometedor criado bajo los sabios brazos de Mario Borella, empleado de banca y otro de esos héroes anónimos que encontró en su trayectoria Sandro Gamba. Borella fue un técnico encargado del baloncesto juvenil milanés y que enseñó los fundamentos de este deporte a tantas y tantas generaciones de jugadores milaneses, que surgían de las entrañas de aquella cantera de formación que empezó a desarrollar Bogoncelli. En la temporada 50-51 con 18 años Gamba veía cumplida la tarea que se puso tiempo atrás cuando salía de la clínica, recuperar su mano derecha. Pero iniciaba una senda no soñada, una relación de pasión eterna con el baloncesto inimaginable para él en aquel momento. Debutó en Ravenna, otra marca en su destino. El ídolo que tanto le había hecho soñar con sus gestas, que tanto le había ayudado en aquellos pesados días de la clínica de Vía Monterosa, Fausto Coppi, había combatido en Etiopía por su país en el destacamento de nombre Ravenna precisamente. Era un baloncesto prehistórico como recuerda, viejos pasajes, el propio Sandro:


–“Los tableros era de madera, las líneas de campo se dibujaban con yeso, las redes eran de todo tipo, algunas tan largas como aquellas de Livorno que impedían sacar rápido tras canasta y permitir posicionarse a la defensa. En Gallarate a modo de iluminación existía una lámpara en medio del campo. Incluso nos llegamos a cambiar en algún invernadero que hacía las veces de vestuario. El jugador era eliminado a su 4º falta personal, el tiempo muerto se hacía en la luneta del tiro libre y solo participaba el entrenador y los 5 jugadores en pista. No existía el tiro en suspensión, se tiraba sacando el balón desde el pecho a 2 manos o sobre la cabeza. El tiro libre se efectuaba a cuchara y los balones eran diferentes dependiendo de en que ciudad jugases. Era un panorama apocalíptico a inicios de los años 50”-.


A mitad de la década y coincidiendo con la retirada de Rubini, Sandro Gamba se hizo con un puesto en el quinteto titular, ya formaba parte de la Scarpette Rosse legendaria que tantas páginas y páginas de la historia estaba escribiendo al fin de su propia calle, en Vía Washington, su hogar y desde aquel entonces el de todo el baloncesto italiano. Sandro era un jugador no muy técnico pero bueno físicamente y muy inteligente, como le define Rubini. El propio Cesare lo moldeó a imagen y semejanza, acertado como siempre en su pronóstico y viendo que había material suficiente para convertir a Gamba no solo en su sustituto en el quinteto sobre la pista sino también en el banquillo. La inteligencia y pasión del joven Sandro no pasaban desapercibidas. Pronto se introdujo en la escuela para futuros entrenadores donde la fortuna le deparó coincidir con Elliot Van Zandt, estudioso de la formación física, llegó a ser preparador del Milan AC, y dedicado en sus esfuerzos por intentar enseñar los fundamentos del baloncesto. –“Estos son los fundamentos y así se enseñan.”- porfiaba una y otra vez el negro de Arkansas, primer seleccionador italiano tras la Guerra. También vio algo especial en Gamba y mantenía numerosas discusiones con él tras las que acababa siempre diciéndole -“Puedes convertirte en un buen entrenador”- y ya eran dos, Van Zandt y Rubini, quienes observaban capacidad en Sandro, y con dos padrinos como ellos el futuro no podía deparar otra cosa.


También coincidió con otro entrenador, Jim McGregor, que fue seleccionador italiano tras haber hecho de Egipto un gran equipo. Profeta del juego libre, veloz, presión defensiva sobre el balón para intentar salir disparados al ataque. También pretendía una condición física excepcional de sus jugadores e introdujo el Pick and Roll. Un discurso nuevo por la época en Italia. La base de Gamba fue extensísima y variada en su educación. Conceptos muy diferentes del juego y variantes para el posterior arsenal táctico del preparador milanés. Gamba agradece de éste modo a aquellos entrenadores norteamericanos que llegaron a Italia para iniciar un camino.


– “¿Por qué la citación de estos técnicos extranjeros? Porque para defender el producto entrenadores italianos es oportuno subrayar la presencia de estos preparadores llegados de otros confines y que, verdaderamente, fueron un valor añadido para el crecimiento de nuestro deporte”


De Rubini pudo aprender todo aquello que no puede ser escrito en un libro ni explicado mediante largas exposiciones técnicas. Cesare mantenía como filosofía el cuidado extremo de los aspectos humanos y la simplicidad en el uso de la táctica. Sencillo mantener un nivel alto de competitividad basado en esas premisas cuando tienes el talento suficiente para las relaciones y el don de la persuasión necesario para atraer a grandes jugadores e implicarlos sobre el parquet, unidad del grupo y lucha a cada instante en pista, lo que aprendió de su grupo de amigos en su adolescencia de Trieste. Tarea también más sencilla cuando el patrón de la nave tenía el nombre de Bogoncelli.


Y para ser entrenador y querer tener éxito, Rubini le dio el siguiente consejo a Gamba:


“Si tienes alguna cosa dentro de ti puedes convertirte en entrenador, sin embargo se requiere también talento, no todo se puede aprender en un curso. ¿Qué significa tener alguna cosa dentro? Cultura, espiritualidad y amor por este deporte”.


La pasión que ya le indicó papa Alessandro a su hijo cuando éste decidió dedicarse al baloncesto. En cuerpo y alma. Sandro recordaba la situación de un entrenamiento cualquier donde Rubini entraba en cólera –“Una vez que el entrenador decía ¡Haz esto!, sin explicarse, tú lo hacías.”-. El genio y la genialidad de Cesare Rubini para hacer notorias sus intenciones ante su grupo de jugadores, sin necesitar mayores explicaciones. Racial. A Cesare le maravillaba Bartali, el ciclista. Sobre todo por como se enfurecía, como competía sobre la bicicleta. De gesto quizás rudo, de cuerpo generoso, pero un fiero deportista. Gamba ya sabemos era del gesto amable de Fausto Coppi, de la dulzura sobre los pedales, un poquito mas pausado, de inteligencia aguda y compleja. Las dos Italias trabajando juntas a favor del desarrollo del baloncesto.


Sandro a inicios de los años 50 también había conseguido la internacionalidad. La Olimpia Milano arrasaba en el campeonato nacional y se componía de jugadores de la Olimpia y la Virtus, equipo de Bolonia. Varese se instalaría a partir de los ’60 como el otro núcleo importante de jugadores nacionales con la llegada de productos surgidos de la Robur et Fides, tales como Ossola o el gran Dino Meneghin. Como jugador internacional dos recuerdos colman la memoria de Gamba. Uno corresponde a un episodio entre lo cómico y lo grotesco acontecido en el Eurobasket de 1957 disputado en Sofía. Narra Gamba –“Después del primer tiempo del partido entre Italia y Austria el marcador reflejaba 8-9!! En el segundo tiempo apretamos y vencemos, pero este hecho provocó que la FIBA optase por introducir la regla de 30 segundos.”-.


El otro recuerdo es mucho más agradable, corresponde al gran sueño de todo deportista, poder representar a su país en unos Juegos Olímpicos, máxime si estos se celebran en el propio territorio. Roma’60 fue la culminación de la carrera de Gamba como jugador, sobre todo, tras ver como los dirigentes de la Federación y la LEGA habían decidido no participar en la cita de Melbourne, en conflicto por la aparición entre otras cosas la figura del jugador extranjero, lo que provocó la dimisión de Jim McGregor. Nello Paratore se hacía cargo de la selección y Roma aparecía en el horizonte. Gamba tuvo el honor de capitanear a aquel grupo en la cita que fue clave para el boom del baloncesto en Italia. Así lo recuerda el propio jugador:


– “Paratore conformaba su selección siempre entre un grupo de 10-15 jugadores que competíamos siempre juntos, como si fuese un equipo de club. En los Juegos de Roma quedamos cuartos. Contra Brasil en el partido por el bronce un fallo del anotador de mesa no nos permitió sumar una canasta ya lograda. Vamos a la prórroga y perdemos”. Continúa: “Allí participó el primer verdadero Dream Team: Oscar Robertson, Jerry West,…., once de aquellos jugadores americanos alcanzaron el brillante cosmo de la NBA”, y termina por congratularse ya que “aquella Olimpiada cestística fue admirada en las televisiones de la gente, contribuyendo a lanzar en Italia la estrategia, verticalidad y velocidad de la disciplina del baloncesto”.


A partir de aquella cita llegó el lento declive en la carrera como jugador de Sandro. Primero una rodilla, dura rehabilitación, luego la otra, muchísimos problemas para encontrar la forma y una desgracia concatenada con otra, preámbulo de algún gran éxito. Así fue. Sandro Gamba comenzó la temporada 65-66 entre algodones, no pudo reponerse y decidió, ¿quizá otros lo hicieron antes por él?, dedicarse a enseñar, se convirtió en asistente de Rubini. Ya no podía seguir el ritmo de un equipo que lo exigía, como el propio Sandro explica:


– “La Olimpia había derivado en un auténtico mito. Esto hacía que los jugadores nos inmolásemos en la pista, éramos un grupo de duros hasta que el cuerpo decía basta. Cesare también era duro. Cuando se reanudaba el juego tras una pausa y estaba descontento gritaba como en siglos pasados hacían en las galeras venecianas cuando los remeros debían acelerar el ritmo. Un reclamo para escupir sangre sobre el parquet. Fuerza de grupo”.


Aquella temporada, la de la desgracia y posterior retirada de Gamba, el baloncesto le regaló la ansiada Copa de Europa tantas veces buscada.


Aquel año participó con la squadra milanesa en competición europea Bill Bradley. El jugador americano enseñó formas de mejorar el entrenamiento individual y movimientos, fundamentos, nunca antes vistos en Italia. Gamba quedó entusiasmado, era el asistente de coach Rubini y estaba en plena fase de aprendizaje y absorción de ideas. Además ya ejercía como el hombre encargado de llevar gran parte de los entrenamientos de la Olimpia. Recuerda con una sonrisa:


-“Bradley sabía entrenarse solo, cosa que los jugadores italianos no sabían hacer. Hacía ejercicios muy extraños que se veían por primera vez. Pino Brumatti aprendió de él. Para perfeccionar la técnica de formidable tirador que poseía Pino le enseñé durante dos años el trabajo sobre la finta-parada-tiro. He de decir que también aquello me costó un Rolex ya que una vez me hizo rabiar tanto que le tiré el reloj, el lo esquivó con una finta que le enseñé con ahínco y que luego convirtió en su especialidad, y el reloj se estrelló rompiéndose. Después Brumatti con ese movimiento jugó hasta los 40 años.”-.


Coincidió la presencia de Bradley con un magistral clinic que dio Lou Carnesecca en suelo italiano. Y allí, en aquella temporada 65-66 comenzaron los viajes de Gamba a Estados Unidos, para continuar su formación. Daba inicio o continuaba su historia de amor con América, tras escuchar de niño aquellas canciones de swing que formaban parte de la emisión de Radio Londres durante la guerra. Tras recibir las enseñanzas de maestros americanos como Van Zandt o McGregor. También aprendió el oficio y los entresijos para lograr los fichajes de jugadores americanos. Como cuando tuvieron que desplazarse hasta Le Mans en viaje relámpago, complicado en aquella época, él y Rubini para cerrar el fichaje en plena fase decisiva de la temporada de Art Kenney en la constante búsqueda de un anti-Meneghin. O el temperamento del viejo Cesare, frialdad procedente de una aplastante seguridad, ante cualquier negociación. Recuerda Dan Peterson una reunión:


–“Estábamos en una cena en el Hotel Astoria de Udine los dirigentes de la Virtus Porelli, Ugolini, Ventura y yo (Dan Peterson). Rubini pasa cercano y es invitado a nuestra mesa. Era el momento del gran litigio entre ambas sociedades por el pase federativo de Vittorio Ferracini, pívot de la nazionale. 2,05. Atleta, competidor feroz, defensor y reboteador. Había estado cedido en la Virtus entrenada por Nicola Messina durante dos años, entre 1971-1973. Después de finalizar la cesión debía volver a Milán. El abogado Porelli, dirigente de la Virtus, había estado acertadísimo en el momento de la cesión en 1971. En aquella reunión Adolfo Bogoncelli, presidente de la Olimpia Milano, quería meter una cláusula: si el pase federativo de Ferracini no fuese restituido en los plazos marcados la penalización seria de 25 millones de liras. Ugolini, presente también en aquella reunión, quiso protestar. Porelli le susurró que se callase. Bogoncelli introdujo la cláusula. Dos años mas tarde, en el momento de nuestra cena en Udine, Porelli había enviado 25 millones de liras a Bogoncelli logrando así el pase de Ferracini. Cuando terminó mi estancia con la selección de Chile, antes de llegar a Italia, tomó noticias de que habíamos perdido a Ferracini, retorno a Milano, después de asegurarnos su pase. Fue un golpe durísimo para mí ya que estaba enamorado de cómo jugaba Ferracini: un león, uno que transmitía este espíritu guerrillero a sus compañeros. Cuando llego a Italia, el 3 de Septiembre de 1973, el fichaje aun andaba entre abogados y aparecía en los periódicos cada día. Continuaban diciéndome que habíamos logrado el fichaje de Ferracini, aunque hubiese firmado con Milano. Estaba tranquilo entonces. Todo cambió en esa cena de Udine. Rubini aceptó sin problemas a sentarse con nosotros. Comenzamos a atacarle en grupo, primero Porelli, luego Ugolini, luego Ventura, después Porelli de nuevo. Amenazas, insultos: ¡Ladrones, ganaremos nosotros!. Durante aquel circo, Rubini enciende un cigarro tras otro con una calma glacial y no dice una sola palabra. Porelli y los otros gastan toda su energía, yo asisto a mi primera negociación a la italiana. Rubini, después de dos horas de estos ataques, dice su única frase de la noche: “ El jugador es siempre nuestro”. Supimos en aquel momento que Ferracini era objetivo perdido para nosotros. La FIP instó a las sociedades que debían ir a una puja por Ferracini. Primero, ninguna penalización de 25 millones de liras y la cláusula ya pagada por la Virtus debía ser restituida y devuelta por Olimpia Milano. Después, por 125 millones de liras, la Olimpia se llevó al jugador. Porelli me dice: “Coach, me sabe mal pero Milano ha puesto 125 millones para hacerse con un jugador que era suyo. Intentaremos aprovecharlo en un futuro próximo”. Y en efecto, tres años después, usamos ese dinero ahorrado y esa fuerza para batir a la Olimpia en la carrera por Renato Villalta. Pero la fuerza carismática de Rubini se me quedó grabada como un puño en el pecho de Mike Tyson.”-


...continuará en el tercer y último capítulo...




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Artículo publicado por Kantauri

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