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Baloncesto en la Revolución
Gran Canaria  | 04.09.2014 - 16:03h.
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El reportaje elaborado por el Herbalife Gran Canaria cuenta la historia de DaJuan Summers durante su estancia en Ucrania, en las filas del Budivelnik, con la revolución en curso.

Una familia estadounidense. Afroamericana. De Baltimore, Maryland. En un piso de Kiev, Ucrania. En medio de grandes edificios. En una capital. En medio de una revolución. Sin más cuadros que objetivos rojos de los fusiles de los francotiradores.

Sin su progenitor en casa.

“Teníamos mucho miedo”.

Cuando DaJuan Summers firmó en verano de 2013 por el Budivelnik lo hacía con un claro objetivo: hacer un gran año en su primera experiencia europea. Al menos, de verdad. “En mi primer año fuera de Estados Unidos, me fui muy pronto de Siena”. Summers sentía una especie de deuda consigo mismo y quizá también con la gente. Porque a lo mejor habían conformado una idea ilegítima de su persona.

Pero, cuando firmó en verano de 2013, jamás hubiera pensado que la prueba para hacerse un nombre en Europa llegaría a ser tan exigente y cruda.

Budivelnik es un equipo que ha ido creciendo exponencialmente en los últimos años. En el curso 2013/14, el campeón ucraniano se preparaba para debutar en la Turkish Airlines Euroleague, la mejor competición del continente. Summers aterrizaba directamente de la NBA, donde había gastado una de sus últimas balas en un tiro imposible con Los Angeles Clippers. Y si bien Kiev no estaba en California, tenía su encanto.

“Me gustó”, dice cuando recuerda su primera impresión. Sus primeros meses. “Era una ciudad divertida, buena. Podías hacer muchas cosas porque era una gran ciudad” explica. “Iba a comprar, podía comer en muchos sitios diferentes. Era genial para mí”. El matiz lo realiza con tono serio aunque mirada perdida. Quizá por lo importante que le parecía en su momento y lo banal que fue después de todo. “No tenían ningún cine que pusiera películas en versión original, pero en muchos sitios no tienen”.

Cuando él llegó a Kiev, su vida siguió también en Estados Unidos. Porque la vida de un deportista profesional pocas veces va con él. Muchas más veces sufre en una distancia que acelera a cada llamada, a cada ‘te quiero’, a cada balbuceo de un niño pequeño. “Al principio mi familia no vino conmigo porque mi prometida, por aquel entonces, estaba embarazada” comenta. Pero rápidamente añade que “estaba muy bien”. Además, vio mundo dentro del balón naranja. “En pretemporada fuimos a Letonia, Lituania,.. No estuvimos mucho en la ciudad, pero cuando estuvimos pude ver lo buena que era”.

El Budivelnik iba bien. Dominaba la competición doméstica. Experimentaba una cruenta Euroliga en la que quedaba encuadrado con los gigantes CSKA Moscú, Fenerbahce Ulker y FC Barcelona. Summers anotaba, reboteaba, asistía, robaba. De menos a más, su adaptación fue no solo gozada por él, sino también por una afición que vibraba a cada salto inhumano hacia el aro que el número 35 protagonizaba.

Pero cuando la tierra empezó a vibrar, la afición dejó de hacerlo.

“Lo primero que recuerdo, lo primero serio… Fue en enero, febrero”. Aunque todo se pudiera resumir en el 21 de febrero de 2014, el golpe de efecto de la sociedad ucraniana no fue tanto un golpe sino más bien un gancho derecho tras otro izquierdo durante demasiado tiempo. En noviembre de 2013 empezaban las manifestaciones en la Plaza de la Independencia en las que los ciudadanos ucranios demandaban un acercamiento mayor con la Unión Europea, vía a través de la cual veían mejor futuro que de la mano de Rusia. El gobierno no reaccionó bien, y sus acometidas sirvieron de gasolina para un fuego que vivía desde la Revolución naranja de 2004. Incluso de mucho tiempo atrás.

Corrupción política, violación de derechos humanos, abuso de poder,… Todo desencadenó en una auténtica revolución. “Estábamos fuera, jugando unos partidos lejos de Kiev” comenta DaJuan. “Fue entonces cuando escuchamos que había francotiradores en las azoteas de Kiev disparando a civiles”. En la lejanía más absoluta y la ignorancia más temible. “Estábamos muy preocupados, no queríamos volver” narra, antes de apuntar que “por aquel entonces mi familia ya estaba allí, así que estaban muy asustados”. Lo primero que hizo al volver a Kiev fue “reservar un billete de vuelta a Estados Unidos a mi familia, les mandé de vuelta”.

Hubo avisos, pero la falsa cercanía de la televisión probablemente menguó la importancia de los mismos. “Antes de todo eso, mi hijo, mi prometida y mi bebé fuimos al centro de la ciudad”. Había pasado ya varias semanas desde la salida a la calle de los protestantes, “pero se suponía que era algo seguro”. Eran pasos de normalidad dentro de una revolución. Una búsqueda de cotidianeidad en una realidad volátil. “Había gente ocupando todas las calles, protestando” relata Summers. “Podíamos ver cómo varios edificios de la ciudad estaban en llamas, quemados,…”. Piensa un momento. “Grandes edificios, ¿sabes? La ciudad estaba en llamas”.

Disparos, gritos y dos niños afroamericanos de cinco años y pocos meses. El centro de Kiev había entrado en otra dimensión cada vez más poblada en nuestro mundo. “Había barricadas en las calles, hechas con neumáticos… Era como una zona de guerra”. <> como tantas hemos visto todos en televisión. Pero allí no había pantalla tras la que reconfortarse, o electricidad que pudiera cortar las imágenes. “Vimos muchos civiles caminando por las calles con banderas, gritando. Nunca había sido parte de algo así” explica, “aunque había visto muchas situaciones así en la televisión y entendía de qué iba todo, qué significaba”. Pero no era lo mismo. “Nunca había visto algo tan grande de primera mano”.

El baloncesto pasó a un plano que emanaba utopía y en el que mandaba la trivialidad de una canasta, un balón y unos cuantos tipos altos haciendo deporte. Ya no era seguro jugar en el Palacio de Deportes de Kiev, “así que jugábamos los partidos en Lituania”. Fue el Zalgiris, más concretamente, quien facilitó sus instalaciones al Budivelnik para que estos pudieran disputar sus encuentros como local.

“Todo se detuvo. No podía salir tanto a la calle. No sentía que fuera seguro para mí”. Y no solo por la coyuntura, sino por él mismo. ¿Quién demonios era él en medio de todo aquello? Sin duda, no uno más. “No me sentía a salvo al ser americano, ¿sabes? No sabía si me veían como una amenaza, no sabía si me seguían queriendo allí”. Y con la situación, el baloncesto pasó a ser más que nunca una vía de escape. “Fue duro, muy difícil. Intenté estar en casa todo lo posible y concentrarme en el baloncesto”.

Porque otra vía de escape era escapar. Así de simple. Y DaJuan no adorna sus pensamientos al respecto en aquel momento. No edulcora para salir bien parado. “Claro, claro… Pensé en abandonar Ucrania y volver a Estados Unidos”. No era motivo ligero, pero no quiso hacerlo. “Ya estábamos bastante avanzados en la competición. Estábamos en el Top 16 de la Eurocup, y para mí eso era muy importante” asevera con semblante serio. “Era importante seguir jugando a ese nivel, hacer una buena temporada”. Es entonces cuando apunta su mirada a Siena, de donde “me fui muy pronto”. Y aunque una revolución era un impulso fuerte para marcharse, decidió quedarse. “Fue una decisión dura por todo lo que estaba ocurriendo en el país, pero quise quedarme”.

El equipo proseguía dominando en las competiciones domésticas. Budivelnik se había proclamado campeón de Copa ganando al Donetsk por 96-88 con DaJuan Summers como máximo anotador, autor de 25 puntos. En liga cedía un poco de terreno con el Khimik mientras Azovmash asomaba la cabeza. La andadura en Euroliga acabó a las primeras de cambio con tan solo dos triunfos en diez partidos, pero la Eurocup resultó ser un buen remedio. Los ucranianos eliminaron al campeón francés Nanterre en Octavos de Final con 18 puntos y 6 rebotes de Summers en la vuelta. Sin embargo, la aventura pararía en Cuartos al caer ante el Estrella Roja tras una prórroga. En la eliminatoria, el ala-pívot de Baltimore promediaría 13 puntos y 9 rebotes.

Mucho mérito todo aquello. Sobre todo porque el baloncesto dejaba de ser cuarenta minutos para aquel equipo. “Los chicos estaban asustados” asiente cuando recuerda el ánimo del vestuario tras cada encuentro, tras cada entrenamiento. “Los ucranianos estaban asustados, los extranjeros estábamos asustados”. Le sale del corazón decir que “el baloncesto es mi vida, adoro el baloncesto… Pero al final del día, era una situación de vida o muerte, literalmente”. Se preguntaban a menudo: “¿Estamos realmente a salvo?” y cuestionaban lo que podía pasar, “si Rusia iba a invadir todo, bloquear el país y no podríamos salir. No sabíamos qué iba a suceder”.

Y en medio de la vorágine de informaciones, de muertes, de luchas, la incomodidad de tener que cumplir con tu trabajo. “El club no se dirigió a nosotros en ningún momento” explica. “Nuestro entrenador nos decía que si fuese un asunto de mayor importancia, nuestro país, Estados Unidos, intervendría, y que sería entonces cuando el problema fuese imparable”. Hay tranquilidad en sus palabras, pero rápidamente se apresura a decir que “eso a nosotros no nos importaba en aquel momento, claro”. Y aunque “el equipo quería que mantuviésemos la calma, que no nos asustáramos y perdiésemos la cabeza”, lo que les rodeaba no fomentaba ese tipo de mentalidad. “El club no se dirigió a nosotros para hablar del tema, pero lógicamente sabíamos qué estaba ocurriendo”. Y cómo no saberlo. “Muchas veces, cuando íbamos a entrenar a nuestro pabellón, no había coches en las calles, nadie”. Baloncesto en la realidad silenciosa de una revolución. “Era… Era una locura”.

DaJuan Summers es un tipo que desprende una simpatía natural que invita a dialogar con él. Nada excéntrico, pero sí sonriente en todo momento. “Hice varios amigos allí, jóvenes, más o menos de mi edad y que hablaban inglés”. No fue ajeno a lo que sucedía, “hablábamos mucho de lo que estaba ocurriendo, de los motivos”. Explica que “ellos solo querían, quieren una vida mejor, un mejor futuro”. Y si no es ajeno a lo que sucedía en Ucrania, lo es menos a lo que sucede en su propia casa. “Eso es lo que sucede un lugar experimenta problemas civiles y sociales. Estados Unidos está teniendo un problema del estilo con el caso de Michael Brown, aunque a menor escala, claro”. Brown, un joven afroamericano de Ferguson, Misuri, fue asesinado por un policía cuando estaba desarmado. Los acontecimientos siguientes, que aún colean, no han hecho más que poner de manifiesto que las cicatrices raciales en el país son aún heridas en carne viva.

Y a pesar de la vida, el baloncesto siguió. DaJuan Summers completó su primer año completo en el Viejo Continente proclamándose campeón de la Superliga ucraniana y firmando doblete. Lo hizo además con un papel protagonista en la final ante el Khimik. En el primer partido al mejor de cinco, Budivelnik dio la sorpresa al derrotar a los líderes de la fase regular por 65-74 con 21 puntos y 14 rebotes de Summers. Khimik logró amarrar el segundo partido en casa pese a los 11 puntos y 9 rebotes del norteamericano. Pero ‘en casa’, en Lituania, el Budivelnik se hizo fuerte de la mano de DaJuan Summers, que firmaría 27 puntos y 11 rebotes en el tercero y 17 puntos y 7 rebotes en el cuarto. Acabaría con unos promedios de 19 puntos y 10,2 rebotes en la serie.

DaJuan cerraba su primer curso europeo con dos campeonatos. Pero no fue eso lo más valioso que ganó de su experiencia. “Me hizo sentirme mucho más agradecido. Me hizo agradecer todos los días”. Un nuevo sol, una nueva oportunidad de “apreciar el lujo que supone poder jugar al baloncesto y entretener a los aficionados”. Para un chico de Baltimore, Maryland, vivir la revolución ucraniana significó “abrir los ojos, entender lo grande que es el mundo y que hay mucha gente sufriendo mucho”. Porque el baloncesto se debe disfrutar y es difícil cuando uno ve su vida amenazada en todo momento.

“La vida aquí en Gran Canaria es maravillosa, la gente es muy diferente” recapitula ahora DaJuan Summers, que lleva ya varias semanas a las órdenes de Aíto García Reneses. “Solo quiero hacerlo lo mejor posible, ¿sabes?” Sonríe por fin tranquilo.

“Quiero hacer feliz a la gente con mi baloncesto”.




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