Hace unos días, la web Jot Down subía la (magnífica) entrevista que hace unos meses habían realizado Jelena Arsic y Alvaro Corazón Rural a Zoran Slavnic y que, originalmente, había visto la luz en la edición Smart de la propia Jot Down. Genial, excesivo y sentimental como siempre, Moka dejaba en ella multitud de perlas. Algunas cuestionables, otras brillantes y casi todas interesantes. Entre ellas me llamaba poderosamente la razón la siguiente respuesta:
"- Os dio por poneros a pasaros la pelota como si estuviérais jugando al voleibol en un partido contra la URSS del EuroBasket de Bélgica de 1977...
La tragedia fue que no pudimos hacerlo en Moscú tres años después dándole con la cabeza, como tenía pensado. Hay personas de muchas clases, y yo soy de los que tienen un gran sentido del humor. Fue una broma mía. Una vez en España también metí una canasta de espaldas, la pena es que no hay imágenes [risas]. Por desgracia, no existe ningún vídeo, pero lo hice".
Esa respuesta entroncaba directamente con un comentario que hace un par de meses un servidor había escrito en su perfil de Facebook, espoleado por haber conseguido una serie de partidos de finales de los 60 y principios de los 70 hasta ahora bastante complicados de lograr. Una vez publicado, el siempre diligente Nacho Doña me había pedido permiso para volcarlo en BasketMe pero no ha sido hasta ahora, coincidiendo con la nueva resurrección de la entrevista, que me he animado. Para compensar mi natural tendencia a la desidia y a la procrastinación, al comentario inicial le añado una vuelta de tuerca con otra de esas intrahistorias hoy algo olvidadas pero míticas en su día...
En deporte, como en cualquier campo, es muy osado calificar algo como inigualable, único o irrepetible... pero la racha de victorias que acumuló la URSS en Europeos de baloncesto se acerca mucho a esos calificativos. Y es que hasta llegar al Europeo de Italia 1969 los soviéticos lograban encadenar la friolera de 59 victorias consecutivas en Europeos. La encargada de romper aquella racha fue, cómo no, Yugoslavia. El 2 de octubre de 1969, en Caserta, Cosic volvía locas a las torres soviéticas y la gran dirección técnica de Zeravica hacia el resto para consumar el fin de la racha (73-61). Eso sí, días más tarde ambos equipos volvían a encontrarse, esta vez en Nápoles y ya en la gran final. Rota la racha de triunfos consecutivos, la URSS se tomaba la revancha sumando su séptimo oro europeo consecutivo y lo hacía con Modestas Paulauskas como máximo anotador de la final. Un Paulauskas que cinco años atrás ya había conocido la gloria en la propia capital de la Campania liderando a la URSS al oro en el primer Europeo junior de la historia. Capitaneada por el alero lituano, aquella URSS se imponía en la final a Francia, venciendo en todos sus partidos por márgenes superiores a los 20 puntos... excepto ante Yugoslavia. Era una Yugoslavia aún en pañales y que todavía no había explotado su proyecto de categorias inferiores. El seleccionador junior en ese torneo de Nápoles 1964 no era otro que el gran Ranko Zeravica (con Tanjevic aunque testimonial entre sus jugadores)... el mismo que cinco años después lideraba la absoluta. Acabo de ver la segunda parte de esa final del EuroBasket 1969 y puedo decir que no defrauda en absoluto...
Un año después, como local, Yugoslavia se proclamaba campeona del mundo. Sólo cosechaba una derrota, ya intrascendente... pero ante la URSS, derrota que se repetía en la final del EuroBasket 1971, lo que dejaba la racha del equipo rojo en ocho oros consecutivos en EuroBaskets. La siguiente parada eran los Juegos de Munich 1972, donde soviéticos y yugoslavos quedaban encuadrados en el mismo grupo. Un grupo que la URSS dominaba de cabo a rabo. Un grupo donde estallaba la polémica en el Puerto Rico-Yugoslavia... y donde, finalmente, una nueva victoria de la URSS ante Yugoslavia dejaba a los plavi fuera de las medallas.
1973 traía el primer oro en el EuroBasket para Yugoslavia... pero llegaba ante España, por lo que no había revancha posible. Ésta parecía llegar en el Mundial 1974. Decidido en formato de liguilla, la victoria de Yugoslavia ante la URSS parecía definitiva, pero la posterior derrota de los balcánicos ante Estados Unidos y la derrota de éstos ante la URSS deparaba un triple empate... en el que la medalla de oro era para los soviéticos.
Por fin, en 1975 Yugoslavia tenía la recompensa buscada. Se imponía a la URSS en la final de un EuroBasket aunque, eso sí, lo hacía al calor del público de Belgrado. Por eso siempre me pareció revelador el tuya mía de Kicanovic y Slavnic dos años después en Lieja. Pero entre medias, hubo otro partido. Otro aun más decisivo, uno casi mítico... el del día en que juraban que Tito lloró de alegría. Fue la semifinal de los Juegos de Montreal y fue la gran confirmación de aquella generación sideral liderada por Kicanovic y Cosic (especialmente aquí con Dalipagic lesionado). Acabo de conseguir 15 minutos de aquella segunda parte. Puede parecer muy poca cosa... pero a mí me parece un pedazo de historia cestista como muy pocas.
Hasta aquí llegaba el comentario inicial, centrándose en ese gran objetivo yugoslavo. Llegaría en Moscú el oro, pero esa plata de Montreal cerraba una herida para un generación tres veces campeona de Europa pero que había salido escaldada de Munich 1972. Eso sí, la trayectoria para lograr esa plata, triunfo incluido ante la URSS, había distado de ser plácida.
Si la rivalidad entre Yugoslavia y la URSS en esos años 70 había alcanzado cotas realmente altas, en cierta medida puede decirse que los enfrentamientos entre Italia y la propia Yugoslavia también tuvieron su hueco entre las rivalidades históricas. La cercanía geográfica y el tránsito entre ambos baloncestos contribuyeron a ello. Las históricas retransmisiones televisivas en el país trasalpino a cargo de Sergio Tavcar en aquellos sábados de los 70 y la llegada de jugadores y entrenadores (Korac, Stankovic, Skansi, Cosic, Nikolic o Rajkovic pasaron por Italia entre finales de los 60 y los 70) a la LEGA habían sembrado el calvo de cultivo ideal. Una rivalidad que tendría su punto álgido años más tarde. La batalla de las tijeras de 1983 sería el preludio del primer oro italiano. El segundo llegaría 16 años después, también en Francia, con Tanjevic, otra vez él, como seleccionador italiano y con los azzurri eliminando a la Yugoslavia de Zeljko Obradovic en las semifinales. Esa derrota dejaba a Yugoslavia por primera vez fuera de una final tras el levantamiento de las sanciones de la ONU. Dos oros europeos, campeones del mundo y plata olímpica en ese periodo, Yugoslavia sólo conocía la derrota en ese lustro final de siglo ante USA en Atlanta y, por tres veces, ante Italia. Y es que, antes de la semifinal de París, los italianos, aún con Messina en el banco, ya habían sido capaces de derrotar a los plavi en las primeras fases del Europeo 1997 y el Mundial 1998. Eso sí, en los años 70, Italia estaba muy lejos de poder contestar a Yugoslavia... hasta ese 1976.
Con la URSS clasificada como vigente campeona olímpica, el resto de selecciones europeas tenían su primera oportunidad de conseguir el pase a los Juegos de Montreal en el Preolímpico europeo que había de celebrarse en Edimburgo (la tierra del Murray tiene mucha más historia cestista de la que suele recordarse). Dos grupos de cuatro equipos de los que pasaban los dos primeros a una siguiente fase... y un sólo billete directo para los Juegos. En la primera fase Yugoslavia e Italia se imponían en sus respectivos grupos, por lo que su duelo en la segunda fase parecía claramente llamado a ser el que decidiera la clasificación. El favoritismo no podía ser más claro para el conjunto yugoslavo, que no sólo llegaba como campeón de Europa sino que llevaba sin perder con los italianos desde septiembre de 1967 en un amistoso disputado en Mesina.
Y sin embargo, en el momento más inesperado Yugoslavia caía. En Italia se disparaba la euforia y los medios hablaban (aún hablan) de Il Miracolo di Edimburgo. Yugoslavia debía adelantar su viaje a Canadá para disputar una repesca intercontinental en Hamilton. Aquella repesca tampoco comenzaba nada bien, con el conjunto que dirigía Mirko Novosel cayendo en el primer partido ante Checoslovaquia. Finalmente el rumbo se enderezaba y junto a la propia Checoslovaquia y al México de Raga, Yugoslavia lograba el pase a los Juegos. Lo hacía, eso sí, con una presión brutal, entre críticas a los jugadores y con la exigencia de lograr lo no alcanzado en Munich: una medalla.
Con dos grupos de seis equipos en el que los dos primeros de cada uno de ellos accedía directamente a las semifinales, Yugoslavia quedaba encuadrada junto a USA, Checoslovaquia, Puerto Rico, Egipto... y la propia Italia. Egipto llegaría sólo a disputar un partido debido al boicot producido en torno al viaje de los All Blacks a Sudáfrica a jugar un amistoso de rugby, en otra de esas historias paralelas y bizarras que otro día habrá que contar. Con una USA tremenda, el grupo no podía ser más duro incluyendo a Italia y Checoslovaquia, las dos selecciones que habían sido capaces de doblegar a Yugoslavia en los Preolímpicos.
Los plavi no obstante arrancaban a lo grande: paliza a Puerto Rico, exhibición ante Checoslovaquia y derrota más que digna ante una USA a la que incluso se permitían dominar al medio tiempo (55-51 para un 93-112 final). Pero Italia tampoco fallaba y doblegaba con solvencia a Checoslovaquia, de tal manera que en la penúltima jornada su duelo ante Yugoslavia era decisivo. El ganador accedía a las semifinales, mientras que el perdedor se iba a casa. En la previa se insistía en la casi imposibilidad de poder repetir milagro... pero éste estuvo muy cerca. Con un planteamiento inteligente y una defensa de libro, Italia llegaba al descanso con 16 puntos de ventaja (41-57) dejando a Yugoslavia al borde de otro fracaso olímpico. Lo que sucedió en la segunda parte es bien conocido, con Yugoslavia dejándose la vida para remontar y culminando la hazaña con la ya inmortal canasta del propio Slavnic. Liberada a posteriori aún le daría para vencer a la URSS y agrandar la leyenda, pero durante muchos minutos aquella generación estuvo al borde del colapso. Creo que no se conserva grabación del encuentro entero, pero sí que ha aparecido una parte sustancial de aquella segunda parte. Ahí les queda (a partir del minuto 3)