Allí, en aquel viejo Ciudad Jardín, cuando el destino quiso que no entrara el triple de Ansley. Allí, en esa pequeña ciudad de Serbia donde se conquistó la Copa Korac que hoy cuelga del cielo del Pabellón. Allí, en Zaragoza, donde se ganó la primera Copa del Rey. Allí, en Vitoria, donde se conquistó la ACB, y también allí, en Atenas, donde se jugó la Final Four de la Euroliga. Y allí, en Valencia, donde se ganó la Eurocup. Los éxitos se viven mejor en directo desde la grada.
Pero allí también es la larga travesía por el desierto de sinsabores que la afición de Unicaja ha venido sufriendo -con algún pequeño oasis- estos últimos años, aferrándose al deseo inquebrantable de que pronto todo volvería a ser distinto. Allí, en el sentimiento de aquellos que nunca dejaron de creer en el baloncesto de Málaga y que, si algo han demostrado, es que son la bandera de este club y que necesitaban muy poco para ilusionarse.
Y es que hoy se ha recogido el trofeo de una victoria que ya se había conseguido en las gradas del Carpena, que ahora desprenden la ilusión y la magia de los mejores días. Recuerdo que, en el último partido aquí en Málaga, comentaba que el equipo transmitía algo imposible de explicar, pero fácilmente reconocible y que te hacía empatizar, disfrutar e ilusionarte en partes iguales.
Aunque eso depende, no me cabe duda, de muchos factores, creo que ha sido esencial el acierto de los técnicos y de la dirección deportiva a la hora de elegir no sólo las cualidades técnicas sino las personales de los jugadores, provocando una comunión con el aficionado y la ciudad que hacía mucho tiempo que no se recordaba. Y es que son ya varios los jugadores que refieren el extraordinario ambiente de grupo (que incluso jamás habían vivido antes), lo que tiene un mérito extraordinario cuando es nueva la práctica totalidad de la plantilla, y que nos ha permitido reconocer a un equipo en el que prima la solidaridad del colectivo por encima de intereses o egoísmos personales con jugadores que se sacrifican de manera honesta y solidaria en cada momento por el bien del conjunto.
También lo hemos visto en el cariño sincero que se le brinda a los jugadores que tienen problemas personales graves, lesiones o que, simplemente, pueden sentirse frustrados por no estar acertados en algún momento. Esta Copa nos ha dejado fotografías de todo ello: la pasión de los lesionados, los días muy duros que ha pasado Darío o esa imagen final de Alberto con su compañero de puesto Perry, poco acertado en la final pero decisivo para llegar a ella.
Esto no sería posible sin un cuerpo técnico como el que se ha construido en torno a la figura de Ibon Navarro. Unicaja ha encontrado a su entrenador, que ya ha dejado su sello en el club y desde hoy tiene su retrato junto a los de Maljkovic, Scariolo y Plaza.
Como canta la afición, "Ibon tiene un plan", y es justo reconocer el enorme trabajo que han debido hacer tanto él como sus técnicos para preparar en tan poco espacio de tiempo tres partidos tan complicados como los del Barça, el Madrid y el Lenovo Tenerife. Pero, sobre todo, para impregnar a este equipo de la fe en sí mismos y en el trabajo que se hace, lo que ha permitido a Unicaja tener la solidez mental para remontar el partido de cuartos o para no desfallecer en la final cuando el rival parecía escaparse en el marcador. Habrán sido contadas las horas de sueño, seguro.
Ojalá este éxito no devenga precipitado y nos permita disfrutar de un proyecto largo, construido sobre unas bases sólidas que han vuelto a impregnar de ilusión cada asiento del Carpena.
Cuando el equipo levantaba el trofeo, no he podido dejar de acordarme de los que nos dejaron hace poco; de José María, de Alfonso, de Javier, de Miguel (¡el abuelo!), y de todos aquellos que, durante su vida, pusieron su granito de arena por y para el baloncesto de Málaga, que nos dejan su huella indeleble y como legado los cimientos sobre los que se levanta todo esto. Esta Copa es de ellos y va por ellos.
Han sido cuatro días intensos, mucho, culminados con una final muy difícil, y precisamente por eso ahora es el momento de disfrutar, de recorrer las calles de Málaga recibiendo el abrazo de una afición que ha liberado toda la ilusión que tenía guardada.
Yo estuve allí… en Badalona, donde el baloncesto de Málaga volvió a soñar.