Veinte años después, Estambul ha vuelto a hacer gala de su preciada condición de ciudad mágica dando cabida a una nueva Final Four decidida con un tiro en el último segundo. Si hace dos décadas era el inolvidable triple de Aleksander Djordjevic el que cerraba una gran final, el domingo era una canasta de Giorgios Printezis al más puro estilo Eliyahu la que ponía el colofón a una de las finales más extrañas de la historia del torneo.
Aferrados a una fe, convencimiento y autoestima envidiables, el Olympiacos de Dusan Ivkovic sumaba la segunda Euroliga de su historia con las mismas credenciales que le habían permitido asaltar el Palaverde sienés, y lo hacía además remontando 19 puntos en poco más de un cuarto a un CSKA considerado casi de manera unánime como el gran favorito. La gesta helena cobra mayor realce comprobando la diferencia en la configuración de la plantilla frente a temporadas recientes.
Tras 15 años de sequía, que a nivel nacional sólo han parcheado tres Copas, el club del Pireo lograba alcanzar la gloria de nuevo de la mano de un Dusan Ivkovic convertido en el entrenador más longevo en lograr el título y, a la par, haberlo conseguido tras un mayor intervalo de tiempo superando así los 11 años que separaron los títulos del 60 y el 71 de Aleksander Gomelsky con el ASK Riga y el CSKA Moscú. Junto al técnico serbio, el otro gran triunfador resultaba ser un Vasilis Spanoulis que se unía a la selecta lista de jugadores que han logrado el MVP con dos equipos distintos y que, hasta el domingo, se reducía a los nombres de Toni Kukoc y Dejan Bodiroga.
Disputando el tramo final con dos pivots tan humanos como Kyle Hines y el otrora repudiado por Unicaja Giorgos Printezis y contando con la mejor versión de un Kostas Papanikolau que despachaba el mejor partido de su carrera (incluso lanzando con solvencia desde fuera) confirmando la sensatez de la apuesta rojiblanca por la generación noventera (Sloukas, Mantzaris, Katsivelis…) no resulta extraña la ola de entusiasmo y admiración que el título griego ha despertado en un público siempre anhelante de grandes historias de superación y que muy pocas veces podrá vivir otra de tal magnitud.
Por si fuera poco, enfrente quedaba un CSKA que en un momento del tercer cuarto pareció lanzar las campanas al vuelo, pecando de cierta autosuficiencia. En el camino se queda el ciclotímico partido de un Milos Teodosic tan capaz de dinamitar la primera mitad con tres triples consecutivos como de desquiciar a propios y extraños con un tramo final impropio de su clase. Queda también la extrañeza de ver fallar en el momento clave a Ramunas Siskauskas, y de la poca participación ofensiva de Nenad Krstic o Andrei Kirilenko. Quizás podrían apuntarse algún que otro error de dirección de Jonas Kazlauskas o apelar al bajo estado físico de un Viktor Khryapa que, para un servidor, es tan importante en el funcionamiento colectivo del CSKA como el propio Kirilenko... pero, en cualquier caso, la sensación colectiva palpitaba más en el elogio de la gesta y en la exaltación de un grupo de jugadores al que ya se les atribuyen características cuasi espartanas.
Sin duda, la metamorfosis de este Olympiacos es, más allá de su épico triunfo, altamente admirable, pero ello no debería llevar al error de considerarlo como ejemplo a seguir...
Y es que, sin restar ningún mérito a los dueños de La Paz y La Amistad, lo cierto es que la que se presumía como la Final Four más espectacular de la historia reciente termina presidida por una imagen más que preocupante, en la que en ninguno de los tres partidos decisivos equipo alguno ha alcanzado los 70 puntos. Es cierto que habitualmente la tensión de las grandes citas tiende a encoger los ánimos y limitar las alegrías, pero tras unos años de bonanza estilística, el fantasma del basket-control parece volver a planear sobre la vieja Europa.
Motivos pueden encontrarse muchos, desde el alejamiento de la línea de tres puntos, que lejos de aumentar los espacios ha tendido a reducirlos por la falta de cintura de no haber acompañado la medida con un ensanchamiento de las medidas de la pista, acordes al enorme desarrollo físico de los jugadores. También se podría apuntar hacia unos arbitrajes altamente proteccionistas en la señalización de pasos y dobles y sin embargo tan laxos en la penalización del uso de las manos... pero entre todos los aspectos, el más preocupante sea el táctico. Es cierto, que la continua fagocitacion de la NBA ha propiciado una importante merma del talento individual en una Europa cuyas caras más reconocibles son en buena parte las mismas del último lustro, pero no es menos real que cada vez vuelve a ser más común el ideario de equipo consistente en amasar el balón para entregarse a las soluciones individuales frente a defensas cada vez más preocupadas en colapsar el centro de la zona y menos en mostrarse agresivas en las líneas de pase, dejando todo atisbo de agresividad en pos de contestar el rebote ofensivo o en definitiva tratar de cercenar el más mínimo impulso de correr por parte del rival.
¿Tiene la culpa de esto Dusan Ivkovic? Evidentemente no. ¿Podría haber jugado el Olympiacos de otra forma? Idéntica respuesta, y para nada pretende ser el objeto de este artículo el más mínimo intento de cuestionar el merecimiento (casi heroico) del triunfo del club portuario. Pero frente a ese merecimiento anida un peligro latente, aquel en el que la corriente se mimetiza con el ganador y que en unas pocas horas ya parece haber elevado al club griego a la categoría de ejemplo... algo que la historia reciente alerta como altamente nocivo.
Huérfanos de literatura baloncestistica en nuestro idioma, la aparición el año pasado de “Sueños robados. El baloncesto yugoslavo” de Juanan Hinojo, conformó una de las grandes noticias editoriales en muchísimo tiempo. Obra compleja, vasta y casi imprescindible, “Sueños…” es mucho más que un tratado histórico sobre el baloncesto en la antigua Yugoslavia y bien podría ser el códice explicativo con el que interpretar buena parte de la historia de nuestro deporte a este lado del charco. De entre sus muchas virtudes, la compleja explicación de las distintas corrientes baloncestísticas es quizás su mayor hallazgo, fruto de años de investigación, entrevistas y revisión de cientos de partidos. Y es que, puestos a reducir (se recomienda leer el libro fervientemente) muchas cosas se podrían explicar con la muy distinta forma de entender el mundo de la canasta de Ranko Zeravica y Aza Nikolic. Aunque un servidor se encuentre mucho más cercano a los postulados de quien hiciera campeona del mundo a Yugoslavia en el 70, no se puede obviar que a nivel de resultados los conseguidos por el profesor apenas tienen parangón... aunque el gran problema nunca fue de Nikolic y quizás sí de quien fue “más papista que el papa”.
Aunque la nostalgia no lleva a nada y el baloncesto de nuestros días sea francamente superior al desplegado en los años 80, conviene echar la vista atrás a aquella década para empezar a rastrear los inicios del basket moderno. Eran tiempos de grandes cañoneros, de resultados abultados y, tras la final del 83, del paso a un sólo representante por país aunque uno de ellos hubiera sido campeón de Europa. Así de esta manera, la Cibona de Zagreb campeona en el 85 y el 86 no podría defender más su corona ya que en el ámbito domestico a su intachable trayectoria en la fase regular no le correspondería igual dominio en los play-off. ¿Fue ese el comienzo? Yo más bien diría que no, pero no cabe duda de que en aquella doble victoria de Djurovic sobre Drazen (simplificando por personalizar una de las historias más fascinantes de la época) hubo una primera señal.
La siguiente sería mucho más fuerte, y llegaría procedente de Split de la mano de un antiguo asistente de Zeravica en el Estrella Roja llamado Bozidar y quien tras un primer título liguero marcado por la alegría comenzaría a edificar la primera gran bestia de nuestros tiempos. Resulta redundante hablar de aquella maravillosa Jugoplastika que encadenaba tres títulos de Copa de Europa, pero quizás no sea en balde recordar el asesoramiento de Nikolic y cómo los de Split logran la gesta con 3 de las 5 menores anotaciones de una final en algo más de 20 años. Quede claro, que aquella era una maquina de jugar al baloncesto, donde el talento estaba al servicio de una idea maravillosa... pese a lo cual uno no deja de pensar en que habría pasado si en aquel primer 89 el alegre Partizan de las transiciones imposibles se hubiera llevado la liga, algo no tan remoto viendo su título en la Korac, la final copera de Maribor en la que vencían a los de Split en uno de los mejores partidos de la década o como días después repetían triunfo logrando el primer puesto de la regular. Con ojos de hoy en día, aquel Partizan parecía tener más talento pero carecía del rigor de los de Split. La polémica e inconclusa final y la salida a la NBA de Divac y Paspalj, cortó un debate que con las normas de participación hoy en día bien pudiera haberse extendido a muchas Copas de Europa.
Pero nada más lejos de mi intención que acusar al mejor equipo que han visto mis ojos, como tampoco al renovado Partizan que en el 92 tomaba el relevo con Zeljko Obradovic en el banco y la sombra de Nikolic de nuevo planeando. Pero hete aquí que un año después, con las mismas premisas era el Limoges quien lograba la hazaña... totalmente merecida sin duda. Llovieron las alabanzas (merecidas a Boza, Zdoc, Young y compañía) pero huelga decir lo que aquello supuso.
Ahorraré al lector comentar cómo fueron aquellos años 90 en los que el Kinder se llevaba una Copa de Europa venciendo por 58-44 o en los que un Panathinaikos campeón y millonario era incapaz de conseguir llegar a los 40 puntos en un quinto partido de su final liguera. A nivel de selecciones, y salvo el maravilloso oasis de la final del 95, los resultados tomaron los mismos derroteros... hasta que en 1999, en un año también de lockout, el Zalgiris del gran Jonas Kazlauskas devolvió a este juego, que nunca debería dejar de serlo, toda la magia perdida.
Desde entonces hemos tenido altibajos, pero el Messina que guiaba a la Kinder de los 58 puntos maravillaba en 2001 con un equipo hambriento o ganaba en 2008 atreviéndose a juntar un quinteto formado por Holden, Langdon, Siskauskas, Smodis y Andersen. Claro que Messina también podía ser superado y Obradovic, parte del eje del mal en los 90, lo hacía ganándole en su casa en la para mí mejor Final Four de la historia (2002) a base de jugar con cuatro pequeños, metiendo 93 puntos en la final de 2007 o bordando el basket en el primer tiempo de 2009.
Por si fuera poco, incluso sin triunfos su Panathinaikos, pese a los tópicos, batió records de anotación en la mitad de la década uniéndose a la Fortitudo y a un Maccabi histórico que con Saras, Parker o Vujcic dibujaría paginas únicas... que a nivel de selección la Yugoslavia de Pesic en Estambul, la Lituania de Estocolmo, la Italia de Atenas (incluso se podría adivinar sello europeo en la Argentina dorada) o las más recientes Españas se encargarían de certificar.
En 2010, un impresionante Barcelona parecía ser la sublimación definitiva del sistema, venciendo con una defensa agresiva, un juego por encima del aro y una vocación insaciable que le llevaron a la gloria en París. Curiosamente, apenas unas semanas después la inesperada derrota liguera ante el TAU de un Dusko Ivanovic que nunca se ha distinguido por ser un apóstol defensivo bien pudo ser otro punto de inflexión. Aquel Barcelona no profundizó en su idea y la derrota en cuartos del año pasado ante el Panathinaikos terminó por virar su apuesta... una apuesta que este año sólo defendió con fuerza ya un CSKA que ha dibujado alguno de los partidos más bellos de los últimos tiempos.
El miércoles comienza en Moscú una final liguera tan importante como las citadas, y es que, si bien es una inmensa alegría que el deporte aun guarde espacio para las sorpresas, no estaría de más que el triunfo del CSKA ante el Khimki trajera la confirmación de un proyecto que, siento ser apocalíptico, bien pudiera ser la última tabla de salvación para los que seguimos creyendo en las bondades de este pequeño club de estetas.
P.D Por aquí, un artículo
sobre el caracter ofensivo de Ivanovic.
P.D 2: La final de la PBL enfrenta en los banquillos a Rimas Kurtinaitis y Jonas Kazlauskas, razón más que suficiente para volver a recomendar la lectura de las excepcionales "Crónicas Lituanas" de Juan Carlos Gallego
Último programa de Campo Atrás Víctor Ramos vuelve a los micrófonos. Análisis exhaustivo de los playoffs de la NBA, ACB, y fases de ascenso de las competiciónes FEB. [ Oír ]